Por Jacobo Dayán
@dayan_jacobo
Varias veces hemos platicado y reflexionado sobre algo conocido pero siempre tratado a la ligera, o de menos no con el compromiso que exige. Fue hasta después de leer un texto de mi amigo Maruan Soto y platicarlo con él que el dolor y la impotencia me abrumó.
Se trata, sin duda, de la crisis humanitaria más grande del mundo. Una que ocurre en la intimidad, en los sectores de la población más discriminados y menos atendidos, en la región del mundo que a nadie importa.
Según la Organización Mundial de la Salud y UNICEF, más de 125 millones de mujeres y niñas de 29 países de África y Medio Oriente viven hoy con algún tipo de mutilación genital femenina. En la mayoría de los casos esta práctica se lleva a cabo en menores de 15 años.
No moviliza ni escandaliza lo que debería ya que se trata de África, se trata de mujeres y no se ve, el dolor y la tragedia no genera imágenes atractivas a los medios, el sufrimiento se lleva por dentro, el horror de oculta.
Perdón por entrar a detalle pero la barbarie debe entenderse, debe evidenciarse. La mutilación genital femenina es la extirpación total o parcial del clítoris o de los labios menores o mayores, y en ocasiones se cose la vagina dejando un pequeño orificio para la orina y los fluidos vaginales; todo esto sin algún motivo médico. La locura alcanza niveles en que se abre de nuevo la vagina para tener relaciones sexuales o el parto y de nuevo se cose.
Sobra decir que este tipo de procedimientos, más bien de brutalidades, no aporta ningún beneficio de salud. Someterse a esta tortura, trato cruel, inhumano y degradante tiene impactos serios en la salud. Además de que no se realiza, por lo regular, en condiciones higiénicas, las consecuencias pueden ser: hemorragias, tétanos, retención de orina, llagas, infecciones, quistes, esterilidad, aumento del riesgo de complicaciones del parto y muerte del recién nacido.
Por lo regular se asocia este tipo de prácticas con el islam pero en realidad es una mezcla de factores culturales y sociales en una región claramente identificada. No hay sustento religioso para esta práctica. Es considerada como parte de las “buenas costumbres” de las niñas y una forma de prepararlas para la vida adulta y el matrimonio. Se justifica la violencia con el papel de la mujer en la vida matrimonial, la fidelidad y el placer sexual.
Las distintas estructuras sociales mantienen esta “tradición”, tanto líderes comunitarios como personal médico, autoridades locales y líderes comunitarios y religiosos.
La comunidad internacional ha reaccionado de manera muy débil y tarde, hace unos 20 años la Organización Mundial de la Salud y UNICEF publicaron una declaración en contra de la mutilación genital femenina y han hecho esfuerzos a través de la investigación, del trabajo con las comunidades y de cambio de políticas públicas. Hoy hay leyes que la prohíben en 22 países africanos y en 12 países desarrollados que cuentan con población procedente de regiones donde se practica. Fue hasta 2012 que Naciones Unidas declaró el 6 de febrero como día internacional de tolerancia cero con la mutilación genital femenina.
Poco a poco las cifras van disminuyendo, hace dos años se trataba de 140 millones de mujeres. Según datos de la ONU, si la tendencia actual continúa, para 2030 aproximadamente 86 millones de niñas en todo el mundo sufrirán algún tipo de mutilación genital. La indiferencia es moralmente inaceptable.
Según el reporte anual 2015 de Human Rights Watch, Egipto sigue presentando casos aunque está prohibido por ley y a finales de 2014 se llevó a cabo el primer juicio. En Guinea, a pesar de que el gobierno se ha comprometido con este problema, 95% de las mujeres y niñas sufren estas intervenciones. Yemen acaba de aprobar una ley que lo prohíbe con penas de prisión de 1 a 3 años y una multa de casi 5 mil dólares, así de ridículo.
Este horror no puede justificarse en ninguna tradición, en ningún uso y costumbre, nada que atente contra la igualdad, la libertad y la dignidad humana puede justificarse. Debemos nombrarlo como es: barbarie, salvajismo, brutalidad. De nuestra parte queda arrojar luz, presionar para que este tema sea parte de la agenda internacional sin justificaciones regionales, políticas y económicas. El horror es horror.