Por Eduardo Iniesta
@eliniestae
He de confesarles que yo soy de esos labregones que emprendió el vuelo de la casa de sus padres pasaditos los treinta años, pero no crean que lo hice buscando autonomía o aventuras que al mundo asombren. La neta es que no, ¿para qué voy a mentirles?
A pesar de las constantes indirectas que me aventaban mis papás, yo estaba muy a gusto viviendo con ellos hasta que un día, así de la nada, me comunicaron que habían tomado la decisión de que en su casa no se iba a usar más el horno de microondas porque “causaba cáncer y gastaba mucha luz”. En esos momentos me dieron ganas de renunciar a mi ateísmo para poder recriminar: “¿Por qué a mí señor, por qué a mí?” Después intenté explicarles que los microondas “no gastaban luz”, que lo que consumían era demasiada energía eléctrica, pero creo que mi aclaración sólo empeoró las cosas. Ellos estaban convencidos de que los microondas eran mala onda y que nos llevarían a todos hasta las mismísimas puertas del infierno.
Al día siguiente, cuando llegué del trabajo tuve que comerme unas pechugas a la jardinera más frías que abrazo de suegra, porque el microondas había desaparecido. Su lugar ahora era ocupado por una colorida colección de tupperwares. En ese momento entendí que no podía seguir viviendo en aquella casa, ¿qué sería de mí si en ese lugar no podía calentar rápidamente lo que me llevo a la boca? Ok, no. Eso sonó raro.
Como les decía. Una vez viviendo solo y haciendo caso omiso a las advertencias de mis progenitores, me compré mi horno de microondas, aunque debo decir que sí investigué un poco para saber si la mala fama de los microondas tenía algún fundamento (en realidad sólo googlee y le pregunté a mi amigo Beto, que le encanta andar desarmando aparatos).
Y resulta ser que las ondas de estos hornitos únicamente tienen la energía suficiente para producir fricción interna en las moléculas del alimento, no para dañarlos o alterarlos químicamente, o sea pues, que no causan cáncer.
Lo que de plano sí hay que evitar por todos los medios es calentar la comida en recipientes de plástico, porque al calentarse desprenden partículas de Bisfenol A, una cosa harto dañina que puede producir afectaciones a nivele neurológico.
Otro dato útil es que todos los alimentos pierden nutrientes al momento de ser cocinados, ya sea en estufa o en microondas, así que de lo único que hay que tener cuidado es de no cocinarlos de más.
Mi microondas y yo continuamos viviendo juntos, sanos y felices. Y a todos esos temerosos de la radiación que nos señalan con el dedo, sólo quiero decirles que la computadora, los teléfonos inalámbricos, los celulares y el Wi-Fi también emiten radiación. Ahí les encargo.