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El Factor Figueroa: Santana y las madres

Qué gusto ver al mejor guitarrista del mundo, aunque me dio miedo que hubiera una redada y nos llevaran a todos...

abril 1, 2015

factor-figueroa-marthaPor Martha Figueroa
@MarthaFigueroax

Si me notan más iluminada y llena de paz es porque Carlos Santana dijo que todos somos luz y amor… Lo soltó tan convencido que me llegó muy profundo.

¿No fueron al concierto gratuito en el Ángel? ¿Pooor? No saben lo que se perdieron. Primero porque fue fantástico y luego porque los 70 mil espectadores salimos en todos los noticieros brinque y brinque. Fluyendo. Ahumados.

La verdad no pensaba ir, pero salimos del cine a una cuadra de ahí y nos sumamos al mitote por no dejar. No crean que soy una inculta o una primeriza en el tema “Carlos Santana”. Lo que pasa es que ya lo había visto en León, hace como 4 años, y todavía me duele la cabeza por todo lo que fumé en el Nou Camp, yo no fumo, simplemente, fui un borrego que se dejó llevar por la corriente y terminé verde, con cigarro de la risa en mano.

Además, es muy fácil estar en los conciertos de Santana porque la cosa es instrumental y si te sabes una frase de sus canciones ya quedas como rockera profesional. Por ejemplo: “Oye como va, mi ritmo, bueno pa’ goza, mulata” (mi hermana Lauri decía “muchacha” y yo “mulata, hermana, mulata”).

A pesar de que pertenecemos a generaciones distintas, a partir del sábado pasado, Santana y yo ya somos uno mismo. Es que le gritabas, pon tú, “¡Bravo Santana!”, y él te contestaba: ”Soy una reflexión de tu luz, hermano”.

La vitalidad que tiene a los 67 años está gruesa. Llámenme romántica, pero siento que su esposa –Cindy Blackman- tiene mucho que ver. Dicen que comen puras cosas orgánicas, cero refrescos y cero comida enlatada, es más, tienen cara de pertenecer a una secta de “healthy people”.

Hablando en serio, he descubierto que lo mío son los conciertos masivos. Eso de hermanarte con desconocidos es una maravilla. Esta vez estreché lazos con 70 mil vecinos aunque nuestra única cosa en común era Santana. Bueno, Santana y una oleada de marihuana que, quieras que no, te relaja y terminas por sentir amor universal hacia todos los prójimos.

Por favor, si hay algún experto entre los lectores de la columna, le pido que me aporte información sobre la hierba. Yo sólo puedo decir que primero me dio risa, luego hambre, después sueño y al final, sed. Todo eso.

Antes de que me juzguen, puedo decir que nunca perdí el sentido de responsabilidad materna y entre todos los síntomas rezaba: “please Diosito que no me encuentre a los amigos de mi hijo”. Entre fumadas pasivas e inhalaciones involuntarias, ya tenía un ojo aquí y el otro allá.

La gente piensa que en el mundo de la tele hay mucha droga, pero no. Donde hay es en los conciertos de Santana y mientras él siga viniendo y yo acudiendo, la cosa va a terminar mal.

Lo bueno fue que los cientos de policías que cuidaban el orden no intentaron arrestar a nadie. ¡Qué bueno! Hubieran dado un duro golpe al narco menudeo, pero yo con la cara de sospechosa que tengo, seguro me llevan presa. Me dio miedo que fueran a detener a las madres pachecas de hoy por creer que nos íbamos a convertir en las traficantes del mañana.

Yo digo que no era práctico hacer una redada en pleno concierto. Se hubieran tardado un buen rato en llevarnos a los 70 mil. A dónde nos metes, ¿en un ‘trailer’?, ¿en 20 mil patrullas?

A veces, la suerte se pone de tu lado.

abril 1, 2015