Eduardo Calixto
Neurofisiólogo, Médico cirujano con Maestría y Doctorado en neurociencias por
la UNAM. Post Doctorado en Fisiología Cerebral en la Universidad de Pittsburgh, PA, EUA.
TW: @ecalixto
Al cerebro humano le gustan las respuestas inmediatas, los resultados favorables y el control de las cosas.
Solemos ser intolerantes a la inseguridad, a la incertidumbre o la indecisión, a las amenazas, esto provoca que las neuronas de los centros de atención, memoria, conducta y toma de decisiones, se sobreactiven generando conductas de negación, exageración, molestia, sobre-interpretación e inflexibilidad, lo cual genera gran preocupación, tensión, angustia o miedo que puede llevar a la ansiedad.
Tener incertidumbre puede llegar a desarrollar ansiedad que difícilmente pueden controlarse a corto plazo y que gradualmente se contagia. Si la amenaza es constante la mayoría de los seres humanos nos convertimos en individuos intransigentes.
Paradójicamente disminuye el análisis lógico de las circunstancias. Sí esto se acompaña de un confinamiento en casa, aparece en nuestra conducta la sensación de debilidad, miedo, dolores, nerviosismo, falta de aire; surgen enfermedades oportunistas o la sensación de sentirse paralizado, grandes discusiones ante detonantes pequeños y amplificación de las dificultades y la obstinación.
Emociones inmediatas ante un confinamiento:
ENOJO por limitar decisiones, que nos limiten decisiones que nos contradigan al decirnos que NO tenemos la razón.
TRISTEZA el aislamiento detona melancolía y angustia inmediata al cerebro.
SORPRESA por lo extraño e imprevisto de los hechos.
ASCO en pensar en secreciones e infecciones posibles.
MIEDO ante la perdida de la salud, de la economía o ante la muerte de nosotros o seres queridos.
La conducta humana ante este confinamiento tiene tres bases para su expresión: biológicas (el cerebro y la respuesta de nuestro cuerpo a las hormonas), psicológicas (el aprendizaje fundamental que sucedió entre los 7 a 14 años de edad) y sociales (el entorno y los apegos del tejido social). Lo que empeora la condición de vulnerabilidad de una población ante un confinamiento epidemiológico es la privación de privilegios, el hambre, el cansancio, la frustración social, la sensación de desamparo y la escasez, que ante la combinación de cada uno de estos factores hace que la población tome riesgos o inicie procesos violentos.
Metacognición: analizar el contenido de nuestros pensamientos. Obligar a la actividad prefrontal, primero como estrategia y seguido rutina de nuestra personalidad. Buscar el control psicológico en forma mediata.
Reconocer la emoción que con mayor frecuencia se presenta. Decirla ayuda a delimitarla, menor actividad del giro de cíngulo otorga desensibilizar la amenaza constante.
Disminuir sedentarismo: promover mayor oxigenación y agilizar el metabolismo: producción de serotonina, dopamina y beta-endorfina.
Escuchar música asociada a lectura de libros: búsqueda de cambiar patrones de frecuencia de activación neuronal parietal.
Alimentación balanceada que ayude a la captura de radicales libres (verduras, frutas y omega-3)
Saber utilizar los tiempos dedicados a los medios de comunicación, en especial limitar el uso del teléfono celular. No espacios mayores a 45 minutos.
Analizar adecuadamente contenidos, mensajes y en especial lo que las redes sociales indican: el 40% de la ansiedad en población de edad entre los 20 a 40 años de edad se inicia en las redes sociales.
Entender lo básico de la vida: la perfección NO EXISTE. Ante una altercado, entender a la otra persona como es, sí entendemos que la convivencia corta a largo plazo nos pone tensos más rápido e intolerantes, pensaríamos mejor los argumentos. En especial en estos tiempos: NO tomar una discusión externa como personal y comprender que nadie nos pertenece, mucho menos sus gustos y opiniones.
Procurar empatía: aumentar oxitocina, es el mejor antídoto ante la adrenalina y el cortisol.
En la medida de lo posible: AGRADECER por estar vivo, disfrutar lo que se tiene, esto cambia la neuroquímica cerebral: si funciona