Mario Guerra
Tanatólogo, conferencista, business coach, psicoterapeuta.
TW: @marioguerra
Es verdad que hay cosas que nos suceden que no nos gustan y más cuando aquello viene de alguien en quien confiábamos y que algo que hizo, o dejó de hacer, que nos ha lastimado.
Se nos ha dicho que conviene perdonar; a veces para reparar una relación, otras para redefinirla y, en un caso extremo, para ser nosotros los que alcancemos la paz interior. Pero sabiendo esto ¿por qué nos cuesta tanto hacerlo?
A veces no hay que buscar cómo hacer algo que no podemos sino que deberíamos dejar de hacer que nos lo impide. Este es el caso con el perdón; las cosas que se siguen repitiendo en nuestra cabeza y que no nos dejan por fin dejar ir aquellas historietas que nos lastiman.
Recordando qué es el perdón.
Es elegir reconocer lo que ha pasado, de la manera en que pasó, en vez de vivir pensando en lo que podría o debería haber pasado.
Es dejar de pelearte con lo que fué.
El Dr. Frederic Luskin, director del “Proyecto para el perdón” de la Escuela de Medicina de la Universidad de Stanford dice:
“…es reconocer que, aunque lo que pasó no estuvo bien, cada uno quiere seguir adelante con su vida y vivir en paz”.
Por qué nos cuesta trabajo perdonar.
Nos cuesta mucho trabajo aceptar que la vida, y lo que en ella sucede, no es como nosotros suponíamos o deseábamos que fuera.
Nos cuesta cuando no asociamos nuestra conducta con el resultado.
Como cuando decimos que no merecíamos lo que nos pasó (especialmente si fuimos “buenos”).
Como si hubiera leyes universales que garantizaran que al que se porta bien le va bien y al que se porta mal, mal.
Y no que hay que olvidar un par de cosas:
En la mayoría de las veces el daño, especialmente de alguien que nos ama o amó, no es intencionado.
No eres tan inocente como crees. El otro pudo haber actuado de manera reactiva a algo que hiciste o al menos simplemente te pasó lo que te pasó precisamente por confiar de más o quedarte más tiempo donde ya había señales que no supiste ver.
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¿Qué es eso de la “regla inexigible”?
Es cuando no perdonas porque te quedas atorado en un: eso no debería haber pasado.
La mayoría de las ofensas se han convertido en una historia fija, o en una narrativa inmutable, a medida que piensas o hablas de ellas:
«Mi pareja me engañó» o «Mi madre nunca me quiso».
De la mano de esta idea casi siempre viene una “regla que no se puede hacer cumplir» y que está incrustada en la historia, como
«Los hombres nunca deben traicionar» o «Las madres deben amar a sus hijos».
La regla es algo en lo que todos estaríamos de acuerdo en que es correcta, pero que al mismo tiempo no tenemos forma de aplicarla o exigirla al otro porque eso ya quedó en el pasado o porque el otro no puede, no sabe o no quiere cumplirla.
Son historias que no cambian ni mejoran tu vida al repetirlas una y otra vez para ti o para otros.
¿Pero qué no esperar un buen trato o justicia es lo correcto?
Es verdad que tu necesidad de que las cosas hubieran sido diferentes pueden ser moralmente válidas o genuinamente esperadas, pero las cosas fueron como fueron y no como se supone que deberían haber sido.
¿Y si quien me lastimó no se muestra arrepentido o no me pide perdón?
También es probable que esa persona siga con su vida de manera razonablemente buena.
No es necesario al otro, su arrepentimiento o petición de perdón para perdonar. De otra manera sería imposible perdonar a los que han muerto. Se trata de que seas capaz de renunciar por tu propia voluntad (y a veces contra tu voluntad) al cobro de la deuda que otro tiene contigo. Ese es tu poder; el que tú decidas no cobrar. No es lo mismo decir:
Me la debía y nunca me la cobré.
A decir:
Me la debes, pero yo decido que no me la pagues.
¿Cuál es el impacto de quedarse atrapado en esas narrativas de reglas inexigibles?
Arrastran el pasado y alteran tu futuro.
Muchas veces de manera distorsionada se cree que lo que nos pasa en el presente es consecuencia directa e inevitable de lo que nos pasó o hicieron en el pasado.
Por ejemplo, supón que te has repetido la historieta de que tu padre no te quiso, aunado con la regla inexigible de que se suponía que debería haberte querido. Vives atrapado en ese resentimiento. Luego, no te va bien en la escuela y culpas a esto de aquello otro. Luego te va mal en el trabajo, también. Finalmente un día se te poncha una llanta, la refacción también está ponchada y te dices: “Si mi padre me hubiera querido me habría ido bien en la escuela, hubiera terminado una carrera, habría tenido un buen trabajo que me habría dado un buen ingreso que me hubiera permitido tener un nivel de vida donde podría traer un carro de llantas que no se ponchan o al menos un chofer que la cambiara o estuviera atento a la refacción.
Te mantienen en un permanente resentimiento, victimización e indefensión.
Dejas de intentar lo que sea porque, desde la resignación, nada de lo que hagas podrá cambiar tu futuro.
¿Es posible perdonar del todo desde el fondo del corazón?
Algunas personas, algunas cosas, probablemente sí. La mayoría de nosotros tenemos que aprender a vivir con las deudas que sentimos que otros tienen con nosotros.
La pregunta es cómo estamos viviendo con eso. ¿Atascados en exigencias imposibles, con deseos de venganza o aprendiendo a tomar nuestras pérdidas (para no seguir perdiendo más)?
En tanto que tengamos memoria para recordar el pasado, especialmente aquellos eventos con una fuerte carga emocional, seremos capaces de traer al presente lo que nos lastimó, al menos de vez en cuando.
Si esto, como especie humana, nos sigue sucediendo, debe tener una función evolutiva. Muy probablemente se trata de aprender a ser más precavidos, no tan idealistas o soñadores o confiados, pero tampoco debería ser un aprendizaje que nos lleve al aislamiento o al odio hacia los demás con la creencia de que todos lastiman.
Incluso aquel que alguna vez nos lastimó, si cambian las reglas de la relación, es probable que ya no nos lastime de la misma manera nunca más, porque hoy nuestras expectativas y el vínculo entre ambos se ha reajustado.
El problema surge cuando nosotros vivimos anclados al pasado con esas narrativas e historietas sin poder avanzar. Es imposible que lo que ya pasó deje de haber pasado.
Vivir en un vínculo fantasma (donde ya nomás se está por estar), con el deseo de que las cosas vuelvan a ser como antes o repitiendo un “así no tenía que haber sido” te hará convertirte en una especie de zombie emocional.
Es probable que no todos puedan perdonarlo todo siempre por completo, pero eso que nos lastimó no debería convertirse en el eje y brújula de nuestra vida.
¿Cómo cambiar las historias de la “regla inexigible”?
Se trata de crear nuevas historias que cambien «regla inexigible» por un deseo más realista, como:
«Esperaba una pareja confiable, pero entiendo que no todos pueden ser confiables. Puedo seguir insistiendo en recuperar la relación perdida o puedo pensar en crear una que sea más saludable para mí «.
«Desearía que mi madre hubiera sido más amorosa, pero acepto que no pudo amarme como yo quería y ahora voy a formar mi propia familia amorosa ”.
¿Qué podemos hacer?
Deja de esperar un mundo y una vida justa, sin sobresaltos y a tu manera. Eso te hará guardar resentimiento contra otros, dios o la vida misma. Cuando algo pasa se convierte en lo que es.
Deja de esperar de ti perfección y siempre tomar la decisión correcta, oportuna o adecuada. Esto te hará guardar rencor contra tí mismo por no ser quién esperabas fantasiosamente ser.
Abandonar, literalmente arrancarte, la idea
Perdonar o perdonarte en el presente soltando viejas narrativas repetitivas que te permitan abrirte a nuevas historias en el futuro. Perdonar no es igual a reconciliarse, sino ponerte a salvo de no volver a ser lastimado, al menos de la misma manera por la misma persona.
Que tu epitafio diga algo como: Sufrió, vivió injusticias, pero un día despertó y decidió tomar su vida en sus manos al perdonar y perdonarse reconociendo lo incambiable y actuando sobre lo posible.