Mario Guerra
Tanatólogo, conferencista, business coach, psicoterapeuta
TW: @marioguerra
El pasado está ahí y uno no lo busca, llega de vez en cuando a recordarnos lo vivido. La cuestión aquí es cómo miras tú pasado y qué impulsos te mueven a recordarlo. ¿Es el arrepentimiento, el resentimiento o los deseos de venganza? ¿O hay una manera más útil de mirar hacia atrás en el tiempo?
El pasado
El pasado es inevitable; en él está toda nuestra historia personal, lo que hemos hecho, dicho y hasta pensado.
Hay personas que se ufanan de decir que nunca piensan en el pasado, cuando lo que realmente quieren decir es que no se pasan la vida pensando en él o, peor aún, que evitan pensar en él por alguna razón.
Pero, para bien o para mal, en diferentes momentos recurrimos a nuestro pasado para recordar; la cuestión es con qué intención sucede esto.
¿Tiene caso hablar del pasado?
Siempre lo hacemos para poder entendernos y darnos a entender.
Por ejemplo, en una sesión de terapia la persona no cuenta lo que está pasando en ese momento, porque, de hacerlo, tendría que contar que está sentada en un sillón hablando con un terapeuta, pero eso no es el problema que le lleva a buscar terapia, ¿no es así?. El origen de lo que sea que le esté molestando está siempre en el pasado, así sea inmediato, aunque muchas veces lo que se teme es al futuro, pero el futuro son sólo situaciones hipotéticas en tanto no se conviertan en presente.
Por ejemplo, alguien puede temer que una relación se termine; una relación que le es valiosa o necesaria por lo que ha representado en su pasado cuando decidió empezar.
Alguien puede temer a quedarse solo para siempre, porque su pasado ha estado repleto de soledad o porque nunca se ha permitido estar sin alguien que le apoye en ningún momento de su vida.
Alguien recuerda una infancia dolorosa, una relación que terminó de mala forma o el sentirse poco valioso para las personas importantes de su vida.
El pasado siempre es un referente incluso para los miedos futuros.
Tiene caso en tanto que nuestra «identidad», que es la forma en que nos vemos y nos explicamos, se basa en la historia que contamos sobre nosotros mismos y nuestras vidas.
¿Pero no las cosas fueron como fueron y no hay más que hacer?
Eso es verdad, pero también es verdad que nuestra «historia» cambia constantemente a la luz de nuevas experiencias y conocimientos. Reinterpretamos nuestro pasado basándonos en dónde nos encontramos en el presente y vemos las cosas más como las recordamos que con una objetividad histórica.
Es así que encontramos en nuestro pasado supuestas bendiciones, maldiciones y recuerdos que siempre pueden ser sujetos de entrar y salir del “motor malignizador” de la mente, que es capaz de transformar una experiencia complicada en una terrible catástrofe o, en otro sentido, de transformar una catástrofe en un recuerdo de la vida.
¿Cómo se puede uno quedar atascado en el pasado?
Cuando alguien vive añorando o lamentándose de lo pasado, de alguna manera se está atascando en un pensamiento repetitivo. Esto sucede de varias maneras:
Querer que las cosas hubieran sido diferentes.
Lo cual es imposible, pero lo que sí podría estar a tu alcance es revisar la forma en la que te cuentas las cosas.
Esto también pasa cuando vives en el arrepentimiento de algo que hiciste, pero que ya no puede regresar a cambiar.
Y sin embargo siempre puedes evitar en el futuro repetir la misma conducta, incluso con alguien más.
La necesidad de un supuesto cierre.
Hay personas que están esperando que alguien regrese a pedir perdón, a pagar o que se les restituya algo imposible.
Hay quien está buscando entender lo pasado desde una mirada lógica o lineal
Desde un “las cosas deberían o no deberían haber sido de tal o cual manera”.
Sabemos que las personas que se empeñan en buscar un cierre, suelen estar movidas más que por la búsqueda de encontrar la paz, por características de personalidad como los estilos de relación autoritarios (donde no aceptan las pérdidas), la intolerancia a la ambigüedad (no pueden vivir sin certezas) y la rigidez psicológica (una gran resistencia a darse otras explicaciones, por ejemplo).
Recuperar lo perdido o querer que el tiempo de marcha atrás.
Lo primero a veces es imposible; lo segundo, siempre es imposible.
Pero si pudieras dar marcha atrás al tiempo, ¿qué harías?. ¿No cambiarías las cosas a cómo tú dices que debieron ser para ser justas? ¿No tratarías que las cosas fueran a tu modo?. ¿Cómo tomarían eso las demás personas que estuvieron involucradas? ¿Deberían ellas someterse a tu voluntad?
La búsqueda de venganza.
A veces disfrazada de justicia.
Hay quien vive deseando que el otro pague, aunque ellos no sean los que cobren.
Como cuando se desea que a otro le vaya mal o le hagan lo mismo que nos hizo, aunque eso no mejore en nada nuestra condición objetiva de vida.
La resistencia a aceptar la realidad.
Aceptar la realidad no implica estar de acuerdo o validar lo que sea que haya sucedido. Aceptar no consiste en transformar lo malo en bueno, sino en aceptar las cosas como fueron, en vez de vivir deseando que hubieran sido de otra manera.
¿De qué forma convendría entonces ver al pasado?
La realidad es que consciente y voluntariamente de ninguna forma, salvo que sea con la intención de recordar algo agradable o sanar una vieja herida.
El pasado no necesita que lo vayamos a buscar; el viene a visitarnos de vez en vez y quizá cuando lo hace, convenga mirarlo de una de estás tres formas que sugiero.
Para agradecer.
Cuando agradeces te concentras en mirar lo bueno que has tenido, como las partes buenas de una relación.
Agradecer no borra lo desagradable que te ha ocurrido, sólo te hace llevar la mirada hacia un momento de tu vida más útil y te puede llevar a pensar cómo generar más cosas buenas en el futuro que tengas que agradecer cuando se convierta en tu pasado.
Agradecer de manera sistemática, no sólo por un favor recibido, sino cosas y situaciones que damos por hecho que debieron estar ahí.
Agradecer por una familia, un amigo, un consejo o hasta por una crisis que, afrontada como reto, nos movió a buscar ser mejores.
Pero recuerda; el que seas una persona enfocada en la gratitud no te resta la facultad de poner límites en el presente si alguien te está lastimando activamente.
Para comprender o aprender.
Comprender no se trata de que lo que pasó encaje en tu mundo de supuestos preconcebidos. Comprender es estar abierto a entender los hechos desde otra perspectiva distinta.
Como que si tus padres te dejaron no fue por desamor o desprecio, sino porque no consideraron todas las implicaciones futuras de hacerlo, aunado a sus propias limitaciones personales.
Aprender desde otra mirada de los errores cometidos, de los límites no establecidos o de las reacciones permitidas.
Esto con la intención de no seguir lastimando, volver a lastimar o volver a permitir ser lastimados.
Para perdonar.
Este es el paso más complicado para muchos, porque se requiere un poco de las dos miradas anteriores y una gran fortaleza en el presente para declarar que se puede seguir con la propia vida a pesar de lo ocurrido. No porque no importe, sino precisamente porque, importando, se es capaz de seguir y dejar atrás los deseos de venganza o supuesta justicia.
¿Y si alguien me lastimó que se salga con la suya?
¿Cuál es la suya? Con este pensamiento implícitamente estás asumiendo que la persona que te lastimó lo hizo con la intención de lastimarte y la realidad es que, no pocas veces, nos duele mucho lo que nos hizo alguien a quien nos amó y amamos profundamente, por ejemplo.
Es poco probable toparse en la vida cotidiana con personas que:
Deseen hacernos el mal, lo planeen, lo hagan, lo disfruten y nunca se arrepientan o tomen conciencia.
Muy generalmente la intención no es lastimar; muy frecuentemente el hacerlo es resultado de la incompetencia o limitaciones personales de ambos de muchas formas.
¿Y si no quiero perdonar?
Estás en tu derecho, pero la cuestión es que es muy probable que no es que no quieras (aunque creas que sí), sino que no sepas cómo o que no te sientas con la fortaleza necesaria para hacerlo.
Por ejemplo, hay quien siente que, si perdona, se muestra como tonto, débil o permisivo.
No se requiere la participación del otro para perdonar, a menos que se busque la reconciliación y eso, muchas veces, no es lo que se desea, especialmente con situaciones del pasado distante o con personas que ya no queremos tener ningún tipo de relación.
Perdonar es poder declarar con soltura y liviandad: “me la debes, pero yo decido que no me la pagues, porque mi capital emocional es muy abundante y no estoy dispuesto a pasar mi vida cobrando algo que hoy, ya no lo va a incrementar”.