Mario Guerra
Tanatólogo, conferencista, business coach, psicoterapeuta.
TW: @marioguerra
Es normal que al inicio de una relación romántica idealicemos a la otra persona, agregándole virtudes y quitándole defectos. Al final la realidad habrá de poner las cosas en su lugar y descubriremos que toda persona tiene atributos que nos gustan y otros que no; con todo y eso seguimos queriéndole y manteniendo la relación. Pero hay personas que no pueden hacer esto; idealizan de tal manera que ven a la otra persona poco menos que perfecta y divina, pero también sucede que cualquier pequeña falta hace que esa imagen perfecta quede manchada y se desmorone el pedestal que construyeron junto con la estatua de la persona amada para enviarla a los infiernos del desprecio. ¿Por qué pasa esto?
La idealización es normal (hasta que ya no).
La idealización en las relaciones románticas facilita el proceso de enamorarnos, acercarnos y relacionarnos con otro.
El proceso va más o menos así:
Idealizamos a las personas.
Le ponemos atributos y minimizamos defectos. Dan ganas de acercarse.
Descubrimos la realidad, (generalmente poco a poco).
Cuando la euforia y obsesión inicial disminuyen, la neblina amorosa de disipa y nos permite ver a la otra persona en una dimensión más realista. Puede que hagamos un poco de resistencia como cuando le decimos “¿por qué ya no eres como antes?”, pero la respuesta podría ser un “es que como era antes no es exactamente como realmente soy y sin embargo nunca fingí ser otro” (como cuando alguien te conoce en una fiesta de gala, es natural que no suponga que vas por la vida vestido así)
Integramos y seguimos adelante (o no).
Si los atributos que le vemos a la persona superan sus defectos, podemos seguir amándole de una manera más realista al integrar ambos aspectos de su persona y aprendiendo a relacionarnos así.
Si al realizar la integración el resultado es más negativo para nuestros deseos, entonces terminaremos la relación, pero sin necesidad de destruir la imagen del otro o terminar despreciándole.
Incluso a veces la idealización se proyecta al pasado, como cuando no podemos superar una relación anterior por decirnos que “fue la mejor de nuestra vida” (si así hubiera sido para ambos, seguirían en ella, pero resulta que no, a menos que se hubiera terminado por la muerte de uno de los dos).
Este fenómeno también se puede dar entre padres e hijos o incluso amigos.
La idealización que ya no es sana
Aquella idealización que es muy intensa, o permanente en el tiempo, crea una irrealidad que puede llevar hacia la decepción. Es una idealización que no acerca a las personas, sino que es producto de la ansiedad y un intento por calmarla
Esa idealización, supuestamente amorosa, es realmente muy demandante. Busca la permanencia y perfección de la persona amada bajo estándares muy rígidos e inalcanzables para una persona sana.
Es como si te hubieran dicho “Te voy a amar como a nadie, te voy a idolatrar y rendir tributo en el templo que te he construído en mi mente y corazón. A cambio, tú me amarás, estarás para mi, nunca me fallarás, no tendrás ojos para nadie, me dedicarás tu tiempo, vida, amor y pensamientos a cada instante de tu vida. Te abandonarás a ti mismo porque yo estoy para cuidarte y así te dedicarás tú a cuidarme porque yo me abandonaré por ti”.
Es evidente que nadie puede cumplir estas demandas y, tarde o temprano, habrá de fallar en su misión imposible.
Lo mejor es que esa idealización inicial evolucione para convertir a la relación de una muy intensa, pero fantaseada, en una más serena, pero profunda y estable.
¿Por qué alguien ahora desprecia a quien antes admiró o amó?
Sentir desilusión y hasta enojo con aquel que nos traicionó, mintió o abusó de nuestra confianza es natural; sin embargo aquí lo que se busca es alcanzar la paz, repararse y no se convierte en una misión de vida el castigar al otro.
La cuestión es que, con una idealización desmedida, es muy fácil fallar y la persona, sin darse cuenta que el problema estaba en sus expectativas fantasiosas, culpa al otro por no ser quien se supone debería haber sido.
Aquel que va de la idealización al desprecio es muy probablemente alguien que nunca amó de verdad. Su supuesta admiración y amor sólo era el disfraz de un proceso ansioso y un deseo envidioso de tener lo que que el otro le daba. Una envidia cargada de mucha agresión soterrada que encuentra salida cuando aquel ser perfecto comete un error o “le falla”.
La persona no es que necesitara que tú le dieras amor; envidiaba y quería robarte tu capacidad de amar para ya no necesitarte y para eso debía acercarse tanto a ti como fuera posible sin que sospecharas nada.
Pero eso no le pasa a cualquiera ¿o si?
Efectivamente no. Esto suele suceder más con personas con:
Un estilo de pensamiento dicotómico, blanco/negro o escindido.
“Todo lo que no es bueno es malo”, dirían estas personas.
Son incapaces de integrar a la persona con sus aspectos positivos y negativos.
Puede verse además en trastornos de la personalidad, especialmente en el trastorno límite de la personalidad, trastorno de personalidad antisocial o en el trastorno de personalidad narcisista.
En general podemos decir que quien usa este mecanismo lo hace de manera inconsciente, pero existe también una perturbación tanto en el pensamiento como en la regulación de las emociones, generalmente producto de una deficiente comunicación o funcionamiento entre la amígdala y la corteza prefrontal.
Entonces esto es como un mecanismo de defensa para no sentirse ansioso lastimado o desilusionado. El desprecio empodera al que lo ejerce.
¿Qué efectos produce este patrón?
Si se está en una relación de pareja, priva la desconfianza, la paranoia y las exigencias controladoras de uno hacia el otro. La persona puede ser cambiante de un momento a otro y sin razón aparente; recordemos que sus estándares son racional y emocionalmente deficientes.
Es una relación con la comunicación rota, donde se vive con incertidumbre y miedo constantes.
En la vida individual, la continua insatisfacción en las relaciones personales porque se van eliminando a los “traidores que nos han fallado”. La persona se va quedando gradualmente sola y no acierta a entender por qué.
La realidad es que todos ya le huyeron por su volatilidad, inestabilidad y ansiedad agresiva.
Imposibilidad para soltar emocionalmente relaciones pasadas.
Aunque la persona hoy puede sentir desprecio, este no deja de ser una emoción muy intensa. Tanto la idealización como el desprecio nos atan al otro. Parecería que hasta que el otro pague no es posible dar por cerrado este asunto.
Tampoco es infrecuente que el proceso sea alterno; es decir: se idealiza, luego se desprecia y hay ruptura, pero la distancia hace que a la distancia la falta no se vea tan grave y entonces se vuelve a idealizar, ahora con la culpa de haber sido tan duro, y el proceso reinicia con más fuerza.
A veces no sólo debemos soltar una relación que ya no nos hace bien, sino hasta la culpa por haber soltado.
¿Qué podemos hacer?
Evidentemente si alguien que nos escucha lo padece, difícilmente se identificaría siendo así. Lo que sí es que puede observar si tiene un historial de lo que considera traiciones, personas que le fallan o cambian su forma de ser, amigos que no lo son tanto y continuas desilusiones acerca de su relaciones. Esto puede ser una señal de que quizá no todo el problema esté sólo en los demás y su supuesta ingratitud.
Si se está en una relación con una persona así, es probable que la relación no dure; en cuanto tengas el atrevimiento de querer ser tú, todo acabará. La cuestión es que al no entender que fue lo que hiciste mal y por qué la relación terminó, las preguntas sin respuesta pueden llevarte a la ansiedad.
Es verdad que de alguna manera debiste haber contribuído a esto que hoy te pasa, pero eso no significa que seas totalmente responsable.
En ambos casos la idea es reconocer el problema que se tiene o en el que se está y empezar a hacerse cargo buscando la ayuda necesaria para romper con el patrón idealización/desprecio. Se trata de encontrar la forma de integrar a las personas con su dualidad en un todo y entonces sí poder soltar con más paz o fortalecer una relación que nos sea valiosa y queramos conservar.