Uno de los papeles más exaltados, endiosados y mitificados es el de la “Buena Madre”. Pero, ¿qué pasa cuando te sientes presionada por ti, por el entorno y por los propios hijos para ser una madre mejor de lo que eres? Te esfuerzas, te agotas, te frustras, y te culpas…
A esto agreguemos la romantización ancestral sobre la maternidad. Nunca falta una vecina abriendo la boca y casi contorsionándose de emoción que afirma: “No me imaginaba que se pudiera amarrr de una forma tan brutaaal, taaaan incondicional, tan, tan… no sé”. Quedándose sin palabras para describir el amor de madre que experimenta. Y claro, el eco de otras tantas personas que aplaude sus muestras de gozo inmenso y realización total. Y es que, es difícil contradecir a quien está convencido de que la mujer verdadera es la mujer madre y que solo a través de la maternidad se accede al amor que nunca antes se sintió.
Todo lo contrario, cuando una mujer llega a afirmar en tono severo y sin un atisbo de broma ni en su tono de voz ni el rictus de su cara: “Los hijos son una pesadilla. Los puedes amar, sí, pero la inversión de tiempo, dinero y esfuerzo, no retorna”.
La cara de la maternidad siempre ha ido de la mano con la cruz de la culpa.
Culpa por estar, por no estar, por hacer, por no hacer, por decir y por no haber dicho. Sí, hemos avanzado y las cosas van cambiado sin duda, pero no deja de asaltarnos el internet con fans de la lactancia prolongada (y casi obligada9 y del colecho hasta la primaria, como si siguiéramos viviendo en cavernas en donde no había más que compartir un rincón del espacio y evitar las inclemencias del clima.
A eso agreguemos que hay una tendencia en las empresas a considerarnos “mano de obra de alto riesgo”, con todas sus consecuencias en temas salariales…
¿Por qué muchas madres de familia ocultan que la crianza es estar como hundido en un pozo un montón de tiempo? Y es que sí, criar implica muchas veces y por muchas razones, dedicar la juventud a cuidar de un hijo.
Origen de la culpa materna
Mito del instinto materno. La maternidad es una vocación, no un llamado de la naturaleza. Si ya tienes hijos y descubres en el camino que “no se te da eso del instinto”, ¡no pasa nada!. Hay mucho que hacer para ser una madre suficientemente buena. Pero la maternidad es más una elección que una llamada de la naturaleza, así que no tienes que torturarte por no experimentar esa sensación de plenitud que otras mujeres reportan (genuinamente o por subirse al tren de la “supermom”). No es lo mismo la capacidad de tener hijos (maternidad-motherhood-gestación = biología) y el deseo de tenerlos y cuidarlos (maternidad-mothering = crianza).
Presión y juicio social por nuestro desempeño. Ponemos el listón tan alto con nosotras mismas, algunas veces autoimpuesto presionadas por el exterior o el entorno, que “poco o nada nos permitimos equivocarnos”. Hay expectativas muy concretas de lo permitido y lo no permitido en cuanto una se convierte en madre. (¡Y ni qué decir si no te conviertes nunca!)
Miedo a repetir la educación de nuestros padres con nosotras. La frustración de querer aplicar un modelo de crianza supuestamente más respetuoso del que hemos recibido en la infancia. Un modelo ¿Respetuoso con quién?, porque, ¿tiene sentido intentar cumplir con las exigencias de ese modelo acabamos ahogada?
Imposibilidad de equivocarte. El error forma parte de la exploración, una característica de seguridad en los vínculos, así que equivocarse es sano o corriente, y quien lo hace día a día es porque sale de la zona de confort. Es además una bonita oportunidad para explicarle a los niños y niñas que errar es humano, que uno puede reconocer, pedir disculpas y reparar en lo posible. Además de que tenemos que gestionar la frustración, dado que no siempre salen las cosas como esperamos.
Querer esconder tus limitaciones. Dales a conocer tus limitaciones. No les hagas creer que nada te duele, que todo lo puedes y que siempre la pasas bien. Que miren tus imperfecciones, distingan tus sentimientos y reconozcan tus necesidades; verte como una mujer real, de “carne y hueso”, los ayudará a ser vulnerables y más humanos. Al final, no somos ángeles, ni dioses, somos seres humanos. Además, saberte limitada les ayudará a ellos a reconocer -sin vergüenza- sus propias limitaciones y vulnerabilidades también.
Competencia social por tener los “mejores hijos”
Creer que podemos evitarles el sufrimiento. No hay modo de evitar que sufran de otro modo, lo cual no significa que se los infrinja uno con negligencia o violencia. Pero el dolor no solo es inevitable en determinadas circunstancias, sino que es una experiencia de vida, que bien afrontada y asimilada, curte. No sobreprotejas a tus hijos, eso permitirá que sepan manejar los dolores propios de su edad o los tropiezo que la vida les ponga inevitablemente, y colateralmente les generará seguridad y madurez.
No poder manejar el “Te quiero y te odio”. Los vínculos humanos se caracterizan por la ambivalencia y la contradicción, a veces incluso la incongruencia.
Sensación de ser egoístas cuando generamos espacios personales. Las madres necesitamos espacios propios como agua de mayo. En ocasiones vivimos al límite y acabamos “petando o errando” por un cansancio acumulado y una falta de aire fresco. Igual que no es sano estar siempre trabajando y no tener tiempo para desconectar, tampoco lo es estar día y noche criando. Las mujeres que dan la vida por los hijos no solo con el tiempo se los cobran, sino que tienden a descuidarse, reprimirse y terminan, si no enfermando, siendo una carga para ellos.
Construir la identidad personal haciendo de los hijos el único proyecto de vida. Vive tu vida, y compártela con ellos. La sumisión, el altruismo excesivo, el sacrificio, la abnegación, son actitudes que con frecuencia llevan a la mujer a postergar o frustrar sus propias necesidades para sostener las demandas de otros (hijos incluidos).
Es importante es gestionar “la culpa”
Cambiarla y transformarla en “reparación”: cuando nos equivocamos. ¿Cómo puedo arreglar lo que he hecho mal? ¿Qué tengo que tener en cuenta para que no se repita? Madurez es tomar responsabilidad con relación a decisiones que tomaste en algún momento sin mucho conocimiento de causa y algo impulsada por “la presión social” y que hoy tomarías diferente.
Dejarla correr y no someternos a ella: cuando es producto de ideas románticas de la maternidad y de la presión social.
Una buena madre prioriza el vínculo con el hijo, la verdadera conexión y la genuina contención a través de límites. El buen amor es atención, aceptación, aprecio y afecto.
Y ojo, No extiendas tu rol al resto de tu entorno. Existen mujeres que, a falta de una identidad más allá de su rol, son madre-esposas: se adjudican no solamente el cuidado de sus hijos, sino el de sus parejas, de sus padres, vecinos, jefes y demás. Por supuesto que somos seres sociales que intercambiamos afectos, servicios y cosas materiales, pero espera eso, no solo dar sino pedir y recibir también.
Seamos pues madres “good enough”, que lo que menos tiene la vida es perfección.
Tere Díaz
Psicoterapeuta, especialista en desarrollo personal y terapia de pareja. Autora del libro ¿Cómo identificar a un patán? y el más reciente: “¿Por qué nos mentimos si nos amamos?”
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