Rabino Jonathan Gilbert
Vive en Jerusalén, Israel.
Forma parte del programa «Manhigut Toranit» de liderazgo judío en Israel y la diáspora.
Si hay algún significado en la vida, entonces hay un significado en el sufrimiento.
Resulta frustrante y atemorizante abandonar la rutina, entrar en cuarentena, arriesgar nuestros sustento, etc.
Pero debemos recordar que detrás de todo ello existe un motivo y debemos ajustar nuestras vidas en consecuencia.
El sufrimiento termina en el momento en que encuentra un significado.
No somos dueños de este mundo sino inquilinos.
Debemos escuchar a Dios en Sus propios términos, no en los nuestros.
La actitud correcta frente a la adversidad es la esperanza y confianza.
El dolor es soportable si sabemos que terminará y no si negamos que exista.
Todos los caminos tienen el mismo destino: la redención.
El pueblo judío tiene una larguísima historia de resiliencia exitosa basada en una profunda fe y esperanza de que, al fin y al cabo, todo es para bien.
Si no está en tus manos cambiar una situación que te produce dolor, siempre podrás escoger la actitud con la que afrontes ese sufrimiento.
En tiempos de crisis, existe un enorme peligro de caer en manos de «falsos profetas»:
Conspirasionistas crónicos, pseudoscientificos, esotéricos, etc.
Necesidad de reconocer su mensaje e ignorarlo.
En el judaísmo, la búsqueda de «la verdad» y el rechazo a la mentira es una labor diaria y minuciosa
El judaísmo prohíbe sentir miedo excesivo a causas externas.
El miedo debe ser una herramienta para la perfección de uno mismo, no un lastre para vivir.
Debemos saber que a mayor miedo existe una mayor tendencia a culpar al otro.
Cuando no podemos cambiar una situación, tenemos el desafío de cambiarnos a nosotros mismos.
Las decisiones, no las condiciones, determinan quiénes somos.
El judaísmo sostiene que la alegría de vivir puede lograrse incluso frente a la adversidad.
Por el contrario, la comodidad y seguridad no garantizan la satisfacción.
Es posible, e incluso deseable, aprender a vivir con incertidumbre.
Confrontar nuestra mortalidad es una tremenda oportunidad para reajustar el rumbo de nuestras vidas.
Tendemos a pensar mágicamente que viviremos por siempre, lo cual nos evita enfocarnos en aquello que realmente amerita el esfuerzo.
Debemos reflexionar constantemente sobre cuáles son las cosas importantes y cuáles «vanidad de vanidades».
Existe una obligación bíblica de cuidar del cuerpo así como existe una obligación de cuidar del alma.
El mundo que Dios creó nos permite ser socios y nos obliga a elegir con la responsabilidad correspondiente.
Es decir, tenemos la posibilidad y deber de descubrir e implementar tecnologías que permitan el cuidado de la salud.
Pero al existir estás, tenemos la más absoluta obligación de advertirnos a las «mejores prácticas».
Es prohibido juzgar al otro hasta que uno mismo no haya experimentado la misma situación.
Algunos hemos tenido la fortuna de poder estar en cuarentena sin poner en riesgo nuestro sustento y con niveles de comodidad relativamente altos.
Otros no han sido tan afortunados. Debemos recordar que una reacción anormal a una situación anormal es el comportamiento normal.
Esto no significa que no deban cuidarse los lineamientos en cuanto a distanciamiento social, solamente que debemos ser empáticos con la realidad de los demás y evitar juzgar antes de conocer la situación del prójimo.
No existen personas ni funciones «no esenciales».
Incluso aquellos servicios que requieren poca especialización, cómo la repartición o el cobro en supermercados, han demostrado ser más esenciales que muchos de los servicios más especializados.
Debemos saber que existe una interconexión humana, que formamos parte de un mismo tejido en el cual todos somos necesarios de igual forma.
De cualquier manera, el valor último de la persona está en su condición humana, no en su labor productiva.
Debemos adoptar una postura de humildad frente a la vida.
Todo el desarrollo científico y tecnológico no pudo evitar que el mundo se detuviera en seco frente a una de los entes más minúsculos de la tierra.
Dios no tiene que hacer actos grandiosos para cambiar el rumbos de la historia. Un ente submicroscópico basta.