¿Por qué es importante que dejamos en claro que la inteligencia de las mujeres es igual que la de los hombres? Porque es momento de tener igualdad y dejar de subestimarnos.
A ver, spoiler alert: las mujeres no son menos inteligentes, menos capaces ni menos estratégicas que los hombres. Pero aquí estamos, en pleno 2025, y todavía en juntas de trabajo, debates políticos y hasta en la sobremesa del domingo, nuestras ideas son cuestionadas, ignoradas o—lo peor—repetidas por un hombre que luego se lleva todo el crédito. Classic.
Si alguna vez han sentido que su opinión en el trabajo necesita venir con PowerPoint, referencias bibliográficas y un certificado de Harvard para ser tomada en serio, mientras que su colega Juan dice cualquier obviedad y recibe un “¡Qué buena idea, Juan!”, entonces bienvenidas al club.
Hablemos de por qué @&%$!! sigue pasando esto y, más importante, qué podemos hacer para cambiarlo.
El efecto “John vs. Jennifer” (o por qué a Juan le creen más que a Juana)
Hace unos años, en la Universidad de Yale, hicieron un experimento: mandaron el mismo currículum a diferentes personas, pero con dos nombres distintos—John y Jennifer. ¿Sorpresa? No. Aunque el contenido era idéntico, la gente calificó a John como más competente, más confiable y digno de un mejor sueldo. Jennifer, en cambio, recibió menos puntos y menos ofertas laborales.
¿Mágicamente, al cambiar de nombre, la persona se volvió menos inteligente? Obvio no. Lo que pasa es que el cerebro colectivo aún tiene este sesgo instalado: asociamos la inteligencia y el liderazgo con lo masculino. Y así, sin darnos cuenta, seguimos juzgando a las mujeres con una lupa más exigente.
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“Eso ya lo había dicho yo”: el fenómeno del bropropriating
Si alguna vez dijeron algo brillante en una junta y fue recibido con un “hmm… interesante” solo para que, cinco minutos después, un colega hombre repitiera exactamente lo mismo y de repente fuera “una gran idea”, felicidades: fueron víctimas del bropropriating. Básicamente, cuando un hombre se apropia de las ideas de una mujer y se lleva los aplausos.
Es el equivalente laboral de explicar las reglas de un juego y que nadie te pele, pero luego llega otro a decir lo mismo y de repente todos lo entienden. Frustrante, ¿no?.
El síndrome de la impostora: ¿de verdad es nuestra culpa?
Nos han dicho que dudamos de nosotras mismas porque tenemos “síndrome del impostor”, pero, ¿y si el problema no es interno, sino externo? Desde niñas, nos han mandado el mensaje de que la inteligencia femenina es “una excepción” y que hay que demostrarla con pruebas y testigos. No es que no confiemos en nosotras, es que hemos crecido en un entorno que nos lo pone difícil.
La trampa de la “inteligencia emocional”
“Las mujeres son más empáticas, más sensibles, más comprensivas…” Suena bonito, ¿no? Pero puras invenciones! Sí, la inteligencia emocional es clave, pero muchas veces se usa como excusa para encasillar a las mujeres en roles de apoyo en lugar de darles el poder de tomar decisiones. Porque claro, para escuchar problemas y resolver conflictos, bienvenidas. Pero cuando se trata de tomar decisiones estratégicas, de repente hay dudas sobre si tienen la “visión” o la “capacidad analítica”.
Es como cuando en un grupo de amigos se necesita a alguien que organice un viaje, haga reservaciones y recuerde los cumpleaños… y casualmente siempre terminan encargándoselo a una mujer.
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El dislike a las “mujeres fuertes”
Hemos avanzado, sí, pero la idea de una mujer con poder sigue causando incomodidad. A los hombres se les llama líderes, visionarios, decididos. A las mujeres en el mismo papel se les llama mandonas, intensas o demasiado emocionales. Si eres amable, te dicen que te falta carácter; si eres firme, que eres difícil.
Es como si la sociedad aún no tuviera un manual para lidiar con mujeres en posiciones de liderazgo. Y en lugar de arreglar ese manual, intentan que encajen en moldes que ya deberían estar obsoletos.
¿Y ahora qué?
La buena noticia es que los sesgos se pueden romper. No es fácil, pero se puede. ¿Cómo? Aquí algunas ideas (y aplican para hombres y mujeres):
- Cuestionen sus propios sesgos: La próxima vez que piensen que una mujer es “menos capaz” o duden de su opinión sin razón aparente, pregúntense: ¿Pensaría lo mismo si fuera un hombre?
- Den crédito cuando sea debido: Si una mujer dice algo brillante en una junta y otro repite la idea, digan: “Sí, como mencionó X antes”.
- No minimicen la autoridad femenina: No es “mandona”, es líder. No es “emocional”, es apasionada. No es “intensa”, es comprometida. Cambiemos el lenguaje.
- Apoyen y amplifiquen voces femeninas: Más representación, más visibilidad, más oportunidades.
Porque no, las mujeres no son menos inteligentes. Ni “más” ni “menos” nada solo por el género. Y aunque el 8 de marzo es una gran excusa para poner estos temas sobre la mesa, la realidad es que estas conversaciones deberían durar todo el año. No se trata de un solo día de reflexionar sobre los retos que enfrentamos, sino de cuestionar a diario las estructuras que nos frenan y hacer algo para cambiarlas.
Así que sí, hoy hablamos del tema porque es 8 de marzo, pero mañana también. Y pasado. Y el mes que viene. Hasta que no tengamos que explicarle a nadie por qué Jennifer vale lo mismo que John.
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