Helen Fisher
Reconocida neurocientífica y antropóloga biológica estadounidense, pionera en la biología de la personalidad humana y la neuroquímica del liderazgo. Tiene un doctorado en antropología y biología; es también investigadora principal en el Instituto Kinsey de la Universidad de Indiana. Es la asesora científica del sitio Match.com, en donde desarrolló el TEST de Temperamento Fisher, el primer y único cuestionario de la personalidad, desarrollado y validado por la neurociencia. Su descubrimiento de los cuatro estilos biológicos de comportamiento y pensamiento (Explorador, Constructor, Director y Negociador) es el paso más importante en las herramientas para el estudio de la personalidad de los últimos 100 años. Es también cofundadora y directora científica de Neuro Color, una firma de consultoría y formación. Sus artículos han sido publicados en 20/20, The Colbert Report, Charlie Rose, The Huffington Post, Frontiers in Psychology y Newsweek entre otros.
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¿Estamos programados para la monogamia?
Parece ser que hay un vínculo fuerte entre monogamia y compromiso, entre la construcción de una vida compartida y cierta apariencia de “fidelidad” social.
La monogamia está caracterizada por esa fuerte unión entre las parejas, en una sociedad donde exista cierta libertad de elección amorosa, generalmente brota de ese complejo proceso de enamoramiento, que implica una variedad de factores sociales, de olores comunes, valores afines, prácticas sexuales compartidas, afinidades electivas, y mucha, mucha química cerebral, que orillan al individuo a atarnos a una sola persona, o pretender, en lo posible, y tras algunos años de apego al otro, a establecer algún tipo de relación monogámica, una que no está exenta de la infidelidad.
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Fase de enamoramiento, atracción o deseo sexual:
El cerebro libera dos estimulantes muy potentes: la dopamina (sustancia relacionada con la euforia y motivación) y la norepinefrina (similar a la adrenalina). Son sustancias químicas que activan nuestro cerebro de la misma forma que podría hacerlo la cocaína. Este cóctel químico nos ayuda a detectar recompensas (una relación sexual) y a actuar para conseguirlas. En este estado, experimentamos sentimientos exaltados que nos llevan a obsesionarnos con la otra persona.
Fase de estabilidad (relaciones consolidadas):
En las personas que ya están en una relación de compromiso, lealtad y exclusividad donde se mantiene el deseo erótico, pero la fogosidad se transforma en un sentimiento más relajado, el cerebro libera oxitocina y endorfinas. Sustancias que nos hacen sentirnos relajados y en un estado de bienestar, confianza y cariño. La atracción física va disminuyendo a medida que dejamos de liberar dopamina.
El ser humano está biológicamente preparado para sostener una relación afectiva únicamente por cuatro años.
Según Fisher, de acuerdo a estadísticas mundiales de divorcio a través de 45 años, encontró que la gran mayoría de los divorcios ocurren a los cuatro años de matrimonio.
Pera quizás lo más asombroso es que este es un fenómeno que está presente en 62 culturas diferentes. (Los registros demográficos que se iniciaron en 1947-incluyen países tan diversos como Finlandia, Rusia, Egipto, Sudáfrica, Venezuela y Estados Unidos).
Cuando Fisher comparó los índices de divorcio de todos los años disponibles en otras culturas, fue evidente que las tasas de divorcio alcanzan su punto más alto durante y alrededor del cuarto año de matrimonio.
¿Por qué? «EI divorcio está en nuestros genes», según Helen Fisher, quien argumenta en su libro que las separaciones tempranas son tan viejas como la humanidad. «Cuatro años es el período de la crianza. Darwing teorizaba que la gente se casa primariamente para engendrar y tenía razón. Hace millones de años, los seres humanos se emparejaban para criar un hijo y luego pasaban a una nueva relación. De esta forma, el hombre conseguía propagar su descendencia. La idea de encontrar un amor para toda la vida solamente llegó a ser importante más tarde».
El patrón que emerge de los datos de Fisher es que una vez pasada la crianza, la gente se divorcia. Pero igualmente, entre más hijos, menos posibilidades de divorcio: las cifras muestran que las parejas con cinco o más hijos dependientes raramente se rompen. «Si una pareja tiene otro hijo tres años después del primero, como a menudo ocurre, su unión puede ser asegurada por cuatro años más» … Según su teoría, si existe una buena relación y la pareja se mantiene engendrando hijos, esto lleva a una relación conyugal de por vida. «Es genéticamente lógico que permanezcan juntos para criar su rebaño. La naturaleza no va en contra de los buenos logros».
En conclusión
La monogamia es antinatural.
En algunas especies de aves -ocas y cisnes- las parejas permanecen juntas para seguir cuidando crías que tardan mucho en independizarse, pero en los mamíferos, el 97% no siguen juntos.
La especie humana, que es parte del otro 3%, debe cohabitar un tiempo por razones paternales, pero más allá de ese periodo no hay inducciones biológicas para conservar la unidad.
Primero fue el pecado, luego la censura social, después la consideración de las rupturas como una desgracia lo que mantiene la vigencia monogámica, dice Helen Fisher.