Vamos a explicar cómo sacarle provecho al fracaso y cómo hacerle para que no nos afecte en la vida diaria, así que tomen nota.
Hablemos de algo que todos conocemos muy bien, aunque nadie quiera admitirlo: el fracaso. Ese invitado incómodo que llega sin avisar, se sirve un café en tu sala y te mira con cara de “te lo dije”. Pero, ¿qué es realmente el fracaso? Bueno, según el diccionario, es el “resultado adverso de una empresa o negocio”, es decir, cuando algo sale irremediablemente mal. Pero nosotros sabemos que esa definición se queda corta.
Porque, seamos honestos, fracasar no es solo quebrar una empresa multimillonaria (aunque sí, eso cuenta). Fracasar también es mandar un correo y darte cuenta que en lugar de “Saludos cordiales” escribiste “Saldos cordiales” a toda la dirección regional. O peor aún, es abrir tu cámara frontal por accidente y enfrentarte a la versión más honesta de ti mismo.
El fracaso: ese maestro involuntario
Lo primero que hay que entender es que el fracaso tiene mucho más que ver con el contexto que con la catástrofe misma. Lo que para uno es un desastre absoluto, para otro puede ser una anécdota divertida en una cena.
El punto es que el fracaso no siempre es definitivo, aunque en el momento se sienta así. Lo interesante es que tendemos a olvidar el proceso y solo enfocarnos en el resultado. Miras atrás y piensas: “Debería haber hecho esto, dicho aquello, tomado esa otra decisión”, pero ese pensamiento solo existe porque ya lo viviste. Sin ese “error”, ahora no sabrías qué hacer mejor la próxima vez.
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Fracasar es humano (y a veces chistoso)
Si el fracaso fuera algo raro, no habría memes sobre ello. Pero aquí estamos, haciendo chistes de nuestras propias desgracias. Porque sí, perder el trabajo, arruinar una presentación o quemar el pastel de cumpleaños son fracasos, pero también son historias que contamos después, con risas y un “no sabes lo que me pasó…”.
Recordemos la mítica historia de la primera versión de Google Glass. Una tecnología de punta, revolucionaria… y un fracaso absoluto. ¿Por qué? Porque nadie quería parecer un cyborg extraño caminando por la calle. Pero ese fracaso no mató a Google, simplemente les enseñó que no todo lo “cool” es funcional (y que la gente no está lista para parecer personajes de ciencia ficción).
El miedo al fracaso: el verdadero enemigo
Aquí es donde entra la parte seria (solo un poco). El verdadero problema no es fracasar, sino tenerle tanto miedo que dejamos de intentar. Ese miedo tiene un nombre elegante: atiquifobia, y aunque suena a criatura mitológica, es simplemente el pánico a equivocarse. Lo irónico es que ese miedo, en lugar de protegernos, nos paraliza. Nos deja en la zona de confort, donde nada malo nos pasa… pero tampoco nada bueno.
¿Y qué pasa cuando dejamos de intentar? Nos perdemos de aprender. Porque al final, lo que somos ahora es el resultado de todo lo que hemos vivido, fallos incluidos. Si evitamos esas experiencias, nos estancamos, y eso sí que es un fracaso real.
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Lecciones de los grandes (y de los pequeños también)
Si aún no estás convencido de que el fracaso es parte del proceso, hablemos de Warren Buffet, quien no invierte en una compañía cuyo dueño no haya fallado al menos dos veces. O de J.K. Rowling, cuyo manuscrito de Harry Potter fue rechazado por 12 editoriales antes de convertirse en un fenómeno global.
La diferencia entre ellos y el resto no es que evitaran los fracasos, sino que aprendieron de ellos. Y seamos francos, todos hemos tenido nuestro propio “fracaso editorial”: desde el pastel que olvidaste en el horno hasta ese mensaje de WhatsApp que enviaste al chat equivocado (sí, ese).
Aceptar, aprender y seguir (con estilo)
La clave no está en evitar el fracaso, sino en aceptarlo, aprender y seguir adelante. Porque, como dijo Winston Churchill: “El éxito es aprender de fracaso en fracaso sin desesperarse”. Y aunque suene muy bonito, la realidad es que, a veces, uno se desespera. Se vale. Pero luego te levantas, te sacudes y lo vuelves a intentar.
Así que la próxima vez que algo te salga mal, recuerda: no es el fin del mundo. Puede que en ese momento quieras desaparecer, pero con el tiempo, será solo otra historia que contar. Y si algo sale tan mal que ni siquiera da risa… bueno, siempre puedes decir que fue “una experiencia de aprendizaje”.
Porque, al final del día, el fracaso no es lo contrario del éxito, es parte del camino hacia él. Y mientras sigamos intentando, nunca seremos realmente unos “fracasados”. Seremos, como mucho, unos expertos en aprender a la mala… y eso, queridos, también tiene su mérito.
¡A fracasar se ha dicho!