Mtah. Resetear. Si es un infierno y causa angustia, miedo, incertidumbre, inseguridad y, repito: miedo resetear un iPhone, imagínense lo que es resetear la vida, peor aún, la de uno. Aunque pensándolo bien, cuando uno resetea un iPhone, de un picón al botón, puff, se resetea todo de un trancazo, a veces con consecuencia fatales e irrescatables porque la info no estaba en la nube, pero en la vida no hay botón para auto rescatarse de una sola vez, y las consecuencias casi nunca son irreparables, pero de que no hay botón, no, no hay.
Hay varios botones, menos drásticos, más nobles y que uno puede ir apretando pian pianito. Así como el iPhone, que solo uno puede resetear o, en el mejor de los casos, un fulano de soporte técnico de Apple, nuestra vida es solo nuestra y, por ende, únicamente nosotros podemos resetearla. Como dice Mario Guerra: «El que no está dispuesto a hacer nada pierde el derecho a quejarse».
Si tú no compones tu vida nadie lo va hacer por ti. ¿Cuántas historias trágicas no conocen de personas que, literal, resurgieron de los peores momentos, de las más intensas crisis, de las cenizas, y salieron avantes? De entrada fue porque sí creyeron que podían, y no se detuvieron a contemplar y a lloriquear por todo lo que había que hacer, simplemente lo hicieron. Casi todo se puede componer, mejorar, pulir y cambiar, solo se necesita saber dos cosas: que te quieres reseatear y que estás dispuesto a pagar el precio que muy seguramente habrá que pagar por picar el botón de reset.
Se pueden sentar a hacer una lista entera de todas las pequeñas y grandes cosas que les gustaría que cambiaran en su vida, la actitud de su pareja, el comportamiento de los hijos, la chamba, su jefe, su estatus civil, su cuerpo, la piel de gallina de la parte de atrás de sus brazos, o hasta el país donde viven, todo es posible, la única diferencia es la voluntad y el empuje que estás dispuesto a meterle para hacer que suceda, y ahí es donde la marrana tuerce el robo, y donde la mayoría sucumbe.
En enero dije en radio que ya no iba a histerizarme a la menor provocación, prometí que le iba a bajar a mis niveles de perfección y, por ende, de histeria. Me ha costado uno y el otro porque es más difícil dejar viejos hábitos que aprender cosas nuevas. Ahí voy, aunque no lo crean, ahí voy. Por eso no puedo dejar de pensar en el famoso dicho: « Si quieres tener lo que pocos tienen, tienes que estar dispuesto a hacer lo que pocos harían». Al final pienso que todo lo que nos ha pasado y sigue pasando des una especie de cata de la vida para mostrarnos todo lo que hay, todo lo que puede suceder y sucedernos para que nosotros decidamos si seguimos sirviéndonos de lo mismo o mejor cambiamos de menú y plato.