Lovely, pero es humanamente imposible porque aunque uno se considere el Dalai Lama de la bondad, en algún momento todos le hemos hecho alguito a alguien de lo cual hay que ofrecer disculpas.
Y eso no se nos da de forma natural. La verdad, sincerémonos, en el fondo uno siente que si pide perdón: a) el otro se va agarrar de ahí y nunca nos va a soltar, y b) estamos aceptando que cometimos un error, y fíjense que no porque estaría uno perdiendo autoridad moral (y de ahí también se van a agarrar).
Por otro lado, perdonar también nos cuesta trabajo porque no vaya a ser que este desdichado piense que no estuvo gravísimo lo que hizo, se vaya a relajar y me lo vaya a volver a hacer.
Puedo seguir con otras ideas de por qué nos cuesta pedir perdón y perdonar pero sólo tengo esta página, entonces, bottom line: ¿por qué es la mejor idea perdonar y pedir perdón?
Hace algunos años hice un ejercicio al aire en radio que se trataba de recordar a todos los exes y a las personas que en algún momento de la vida nos hicieron alguna barrabasada. Por lo que me contaron los cuentahabientes, me di cuenta de que la primera emoción que nos brinca a todos (y la más obvia) es odio, rencor, coraje, enojo, sed de venganza y demás joyas por el estilo. Peeeeeero una vez que dejamos eso de lado, y llegamos a lo más profundo, encontramos que, gracias a ellos y a las barbaridades que nos hicieron, somos quienes somos.
Con suerte y un poquito de atención, gracias a eso hoy somos más inteligentes, sabios, colmilludos y experimentados. Si lo pensamos así, ya podemos perdonar en automático y lo importante entonces es que podamos agradecer por lo que hemos aprendido.
El día que puedan decir: “Gracias por todo lo que me diste y por todo lo que no, por todo lo que hiciste y todo lo que no, porque gracias a eso hoy soy quien soy”, ese día dejarán de cargar hartas cosas que traían.
Tengo un ex a quien quise mucho. Hicimos un break de dos semanas y volvimos. Y después me enteré que en ese tiempo tuvo a bien “cooperar” con una fulana. ¡Una perrada!, considerando que llevábamos cuatro años juntos y que supuestamente no se olvida a nadie en catorce días. Lloré y pataleé de furia, decepción, coraje e impotencia. Él me pidió perdón 123,453 veces, yo quería hacer un esfuerzo por perdonarlo, pero un año después lo terminé.
En ese momento me dije: “No puedo y no quiero”. Pensé que no lo había perdonado y nunca lo iba a perdonar. Hoy, a la distancia, me doy cuenta que en realidad yo no tenía nada que perdonarle, lo que hizo no me lo hizo a mí, no tenía nada que ver conmigo, tenía que ver con él. No me quedé ahí porque ya no había confianza, pero ese es otro tema.
La kabbalah diría que a nadie hay que perdonar porque al final todos han sido simples mensajeros de la vida enviados para que aprendamos alguna lección. Peras o manzanas, ¿para qué sufrir donde otro goza? ¿Cuántos años más queremos seguir cargando ese chango en la espalda y cuántos de ustedes están dispuestos a que su pasado arruine su presente y, peor aún, su futuro? Piénsenlo.