Dándole vueltas a este asunto, me di cuenta que no soy tan culpígena, pero lo que sí me da culpa, ¡me da muchísimaaa!
Entiendo la culpa como algo que nos hace actuar dentro de lo que consideramos ético y moral, pero también como un sentimiento tan doloroso que no te deja estar.
Haciendo esta edición, me entero que pasamos hasta cinco horas a la se- mana sintiéndonos culpables. Ok, es nor- mal. Lo grave, y por lo que me interesaba hacer esta edición, es porque las culpas no resueltas son como ponerle snooze al despertador. Regresan y regresan, y no nos dejan ni ser felices, ni estar presentes, ni concentrarnos, y eso sin importar si son reales o inventadas. Porque cabe recalcar que la culpa se siente igual de grave si es por un daño que sí hiciste, que si es por algo que te imaginas que hiciste. ¿Entonces por qué no escogemos no in- ventarnos culpas y ya? No lo sé.
Me acuerdo que cuando hablamos del poder del NO, me pareció muy re- velador que muchas veces no decimos que no, por ego; por creer que vamos a devastar tanto a la gente a la que le can- celamos, que mejor sí vamos. Pues así la culpa. Muchas veces nuestro ego nos hace creer que somos TAN importantes para los demás que nos mata la culpa de no estar para alegrarlos, ayudar o resolverles. ¡No caigan! Mejor hay que enfocarnos en atrapar las culpas que llegan, afrontarlas, aceptarlas y resolverlas, porque esas no se van a ningún lado. Solo se acumulan y en un sentido casi literal, acabamos cargando con un peso que nos alenta y nos priva de caminar hacia delante y de ir por la vida más livianos.
Espero que les sirva este número para ir reconociendo las que sirven de las que no, y así aligerarse un poco el paso por esta vida, que tan corta es.
bye, bye culpa.