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“Estas sooon…”

Ya sabemos que la mayoría de los cuentahabientes son Godínez, por eso este mes en revista Moi les decimos, cómo dejar de serlo, para convertirse en fregones

julio 5, 2016

Ya saben que soy su sierva y que me encanta trabajar para que ustedes aprendan harta cosa: todos los días en el programa de radio les llevamos sus especialistas para que les hablen de la depresión, la fibromialgia, el dolor de panza, los pleitos con los significant other… No paramos. Pero los viernes empezamos con calma. Nada de: “Buenos días, hoy les vamos a hablar del giro del cíngulo y de los hábitos de la gente productiva”. Siempre decimos: “¡Pérate!”, vamos a echar relajo antes.

Por eso hicimos los viernes de trepadera, en los Rebeca y yo les ponemos música bien prendida para que ustedes se trepen a sus escritorio a bailar.

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Los cuentahabientes le entran con ganas. Nos mandan sus fotos trepados en escritorios, bulldozers, escaleras o montacargas, bailando ¡en horas de trabajo y con el miedo de que entre el jefe ¡Nos matan de la risa con su imaginación cuando improvisan. ¡Los amo!

¡Qué rico el relajo después de una semana de trabajar como enfermos! Pero, ¿no se les hace que a veces ya están exagerando? Porque no crean que no he dado cuenta de todos los momentos de chillax que tienen en la oficina. Que se juntan para organizar la tanda, para ir a la tienda y, por supuesto, para cantar las mañanitas, hasta tres veces por semana.

Voy a aprovechar este espacio para mandar un mensaje a mi oficina. Es que no doy crédito cuando llego corriendo y me encuentro con mis queridos minions instalados en modalidad Godínez, comiendo durante horas. “Ahorita vamos a la junta, jefa, nomás que Bedoya se acabe sus enmoladas y Cuquis su sopa de coditos”… ¡Me quiero matar!

¿Ustedes creen que la gente que invento el iPhone lo hizo en horario de 9 a 5, con pausa para comer y para ir al Oxxo en bola? Seguro que no. Con esa actitud de arrastrar las patas seguiríamos mandándonos mensajes por SkyTel.

Claro a todos nos gusta el reconocimiento, los logros, el aplauso, los bonos y los aumentos, pero muy pocos estamos dispuestos a dar más, a salirnos de la pachorra y de dar lo mínimo indispensable.

Piensen en el primer día en su trabajo, cuando su jefe les dijo “Este va a ser tu lugar, ahí está tu computadora y te encargo que captures todos estos datos en una hoja de Excel. Cualquier duda, me buscas”. Es un ejemplo, cada uno de ustedes sabe qué le dijeron y que le pusieron a hacer, pero tres, cinco, diez años después ahí siguen, muy obedientes, haciendo lo que saben hacer y lo poquito que se espera de ustedes sin preguntarse ¿y eso para qué le sirve a la empresa?, ¿cómo lo puedo hacer mejor? Y ¿qué sentido tiene?

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A lo mejor porque tienen miedo a que la respuesta sea que no sirve para nada y no tiene sentido. Y qué horror, porque entonces es reconocer que están de puro adorno, así que mejor no preguntar.

Si no nos cuestionamos lo que hacemos y por qué lo hacemos, es muy fácil terminar flotando a la deriva, con la esperanza de que el jefe ande de buenas y que la quincena llegue pronto.

¿A poco no estaría padre levantarse el lunes a ver qué pueden resolver esa semana, qué nuevos proyectos pueden amarrar y cómo pueden ayudar a alguien?

En mi programa de radio he visto a muchos de mis queridos cuentahabientes horrorizados cuando va mi hermano Roberto, quien es un excelente reclutador, a hacer una simulación de entrevistas de trabajo.

Todos tiemblan porque los pone contra la pared y les pregunta para qué son buenos.

Roberto les dice cómo saber qué contestar. Hay que chambearle para encontrar para qué somos buenos y encontrarle el sentido a lo que hacemos. Que se acabe ya la respuesta de que trabajamos porque “pos ya qué, de algo hay que vivir”. Van a ver que se la van a pasar mejor. Y vamos a poder seguir jugando.

firma-de-martha-debayle

julio 5, 2016