¿Se acuerdan de lo increíble que era jugar cuando éramos niños? Nos metíamos en mundos extraordinarios y podíamos pasar cualquier cantidad de tiempo jugando. Unas con muñecas, otros a la casita o con coches y prácticamente cualquier cosa que tuviéramos en frente. Jugar era una razón para empezar otro día.
Ya en el programa de radio les he contado varias veces de la ocasión en que viajé a Chiapas con la organización World Vision, de la cual soy embajadora, para revisar las implementaciones de mejora social que se hacen en las comunidades. Lo primero que se me quedó grabado es que en las casas de esas familias, además de las muchas limitantes económicas, los niños no tienen juguetes. En los patios se entretienen con lo que pueden, juegan a las escondidas o corretearse pero siempre encuentran la manera de divertirse. Es impresionante la forma en que los niños se adaptan a su entorno.
Después de eso, pensé mucho en cuál es el papel que debemos tener las mamás y los papás a la hora de enseñarles a nuestros hijos cómo jugar. Piensen que la forma en que reaccionamos a sus horas y tipos de juegos modifica algún aspecto de su formación como personas.
Empecemos por este rollo de la socialización. Con el juego, los niños aprenden a relacionarse con otros, a verse como iguales y a defender lo que creen correcto. Después de peleas, berrinches y varios llantos, los críos encuentran formas para autorregularse y seguir jugando.
Sé perfecto que a los papás se nos tuerce el estómago cuando vemos a nuestro bebé llorando, pero si es una dinámica de juego entre iguales y no hay ningún peligro de por medio, no nos toca más que dejar que entre ellos resuelvan y superen sus broncas. ¿Cuántas veces no les ha tocado ver a padres que se meten en el juego de los niños? No hay nada peor que eso; si lo haces, le estás enviando el mensaje de que no es capaz de arreglar las cosas y crecerá creyendo que siempre necesita de alguien más para hacerlo.
Otro de los grandes aprendizajes que logran nuestros hijos es el cumplimiento de las reglas. Pocas cosas nos enchilan más cuando somos niños que un compañero de juego tramposo o ventajoso. ¿Se acuerdan de alguno? Con este ejercicio los niños aprenden la importancia de tener limites, de respetarlos y de supervisar que los demás también lo hagan. ¿Se imaginan que todos los adultos hicieran eso? Estoy segura de que nuestras ciudades serían totalmente distintas.
Quiero preguntarles si han observado cómo reaccionan ustedes a los juegos de sus hijos. ¿Los limitan? ¿Los dejan ser? ¿Se meten? ¿Los controlan? Si son de los papás que solo buscan tener buscan tener hijos quietos, les puedo decir que se equivocan muy cañón. Por naturaleza, los niños necesitan moverse y explorar su entorno con libertad para entender cuáles son los límites verdaderamente importantes.
¡Ojo! Tampoco se trata de dejar que tu hijo haga su santa voluntad y destruya todo lo que esté a su paso. Platiquen y establezcan acuerdos sobre los tipos de juego que se valen en cada lugar: tu casa, la de sus abuelos o la calle.
Como mamás y papás tenemos la obligación de generar entornos de respeto para los juegos de nuestros hijos. Es nuestra chamba estar abiertos y orientar esos procesos de manera cercana, amorosa y sobre todo tolerante.
Si quieren formar adultos sanos, empecemos por enseñarles a jugar que ese también es crecimiento para su alma.
¡Feliz Navidad y que 2016 esté lleno de salud, abundancia y felicidad para cada uno de ustedes y sus críos!