Mario Guerra
Tanatólogo, conferencista, business coach, psicoterapeuta
TW: @marioguerra
Es natural que cada uno tenga su punto de vista acerca de cualquier situación. Las perspectivas son muchas y, sobre todo en lo humano, a veces cuesta definir cuál es la verdad absoluta de algo. Una cualidad que nos hace humanos es reconocer los errores, reparar fallos o aceptar que no se tuvo la razón, especialmente cuando la verdad es revelada o los datos son ineludibles. Sin embargo, hay personas que no privilegian la verdad, sino tener la razón a como dé lugar y, como se dice comúnmente: “no dan su brazo a torcer”. ¿Por qué para algunas personas es tan importante tener la razón al grado incluso de afectar sus relaciones personales o laborales?
¿Por qué es tan importante tener la razón en algo?
Desde el punto de vista cultural, podríamos decir que nuestro modelo es un poco blanco negro en este sentido; es decir, si no estás “bien”, entonces estás “mal”. Suena hasta lógico, ¿no es verdad?. Pero la realidad es que una persona puede estar bien y estar en lo correcto o no estar en lo correcto sobre un tema en particular.
En una sociedad competitiva como la nuestra y bajo este esquema de “bien/mal”, como está mal visto estar “mal”, estar “bien” es algo que culturalmente se percibe que incrementa nuestro valor social y se busca a como dé lugar demostrar que se tiene la razón, aunque a veces ni siquiera se tenga. En las escuelas suele ser muy claro el modelo; el que responde más rápido y de forma más acertada es quien tiene la mejor calificación y eso no necesariamente invita al aprendizaje, sino a la memorización y repetición de datos a veces sin razonar en el por qué esos datos o hechos son así. De pronto tener la razón se vuelve como un dogma a defender y no producto de un proceso reflexivo en el que a veces podemos descubrir que no hemos estado en lo correcto.
Desde el punto de vista personal, hay una necesidad humana de ser reconocidos y escuchados, pero a veces parece que estar “bien” o tener la razón forma parte de la identidad o el sentido de ser uno mismo. Como si equivocarse fuera un defecto y no parte del sistema de aprendizaje humano. Tener la razón es el pilar del ego de aquellos que no han encontrado otra manera de sustentarse ante sí mismos, por ejemplo la honradez, el altruismo o la empatía. En este caso se ha reemplazado el “poder” (el demostrar que se tiene la razón) por el valor (el comportarse como una persona honesta y humilde, por ejemplo).
¿Pero por qué pasa eso?
Experiencias pasadas
Quizá por expectativas muy demandantes de nuestros padres, estándares familiares muy altos para ser considerado como de la familia (como cuando te hacen sentir que eres un fracaso si no cumples con ciertos estándares o alcanzas los más altos honores), tal vez un momento humillante en el salón de clases o el hecho de que los amigos se burlen de nosotros, Son cosas que a la larga incrementan nuestra necesidad de tener la razón.
Personalidad narcisista
Esto no sólo lleva a la mera necesidad de tener la razón, sino hacer lo posible para demostrar a los demás que no la tienen y, cuando esto sucede, tomar actitudes triunfalistas y hasta humillantes hacia el otro. Como si el tener la razón diera una especie de licencia para faltar el respeto y despreciar al supuesto competidor que “ha fracasado”.
A diferencia de cuando ellos no la tienen que es cuando tienden a minimizar, trivializar o desviar la atención del asunto.
Algo que se quiere ocultar (vergüenza).
Cuando en lo profundo una persona se siente inadecuada o un fraude, pero a la vez se ha colocado en una postura donde cree que debe demostrar lo contrario, se vuelve muy común que haya un empuje hacia demostrar que se sabe mucho de todo. Lo que se puede estar ocultando aquí son los verdaderos sentimientos de abandono, fracaso, vergüenza y desilusión que conducen a estados depresivos o ansiosos. Tener la razón se vuelve entonces como un mecanismo de defensa que oculta, pero no resuelve el problema de fondo que es la vergüenza y la ansiedad.
¿Pero qué problema hay con querer tener la razón?
De hecho ninguno. El problema es que exista una necesidad (reconocida o no) de tenerla al grado de pelear por ella y defender algo aún y cuando no sea verdad. De hecho la verdad no necesita muchos abogados que la defiendan, excepto cuando esta deja de importar y lo que importa es ganar.
La necesidad de tener la razón nos mete en una espiral muy riesgosa que acabará por provocar justo lo que se ha querido evitar: hacer el ridículo. La sensación que da tener la razón a aquel que la necesita es de placer, autoconfianza temporal y sensación de certezas; es decir, cuando alguien así tiene la razón en algo, de inmediato siente que puede tener la razón en todo lo que dice, lo que haya dicho y lo que esté por decir.
Este es un estado más emocional que racional. Dicho esto, ya podemos imaginar el resultado de los argumentos que se utilizan para “demostrar” lo que se quiere demostrar.
Con esta necesidad se filtra hasta la verdad cuando esta no se acomoda al punto de vista de quien opina.
Se convierte en una compulsión.
La ansiedad te lleva a volverte alguien dogmático.
El dogmatismo es el resultado de un esfuerzo por satisfacer varias necesidades básicas, incluida una sensación de seguridad frente a la ansiedad.
¿Cómo afecta esto nuestras vidas?
Te hace ser una persona que parece que sabe mucho, pero que acabará por resultar chocante para la mayoría por mucho que sepas, porque el problema está en tu gran necesidad de demostrar lo que sabes y poner a los demás del lado de los imbéciles.
Arruina tus relaciones. Imagina vivir o convivir con una persona que dice que todo lo sabe, que tiene mucha prisa por corregirte y hacer precisiones hasta del tema más trivial, como por ejemplo cuando dices que tienes calor y el otro te responde que no puedes tenerlo porque estamos a 24.5 grados y que entre 22 y 25 es una temperatura ideal para que los seres humanos vivan, por lo tanto estás enfermo o estás mal de la cabeza si insistes en tu necedad de que tienes calor.
Imagina también un escenario donde constantemente corriges a tus hijos (de cualquier edad), haciéndoles saber que como eres su padre o su madre, lo sabes todo y que no deben pensar o sentir por su cuenta, especialmente si no piensan y sienten como tú dices que es lo “correcto” sobre cualquier tema.
Así como en las relaciones de pareja no basta el amor para sostener una relación sana, tener la razón no basta para hacerte valioso o querido por otra persona. De hecho ya hemos hablado de cómo la amabilidad es un componente más importante.
Empiezas a desarrollar una actitud dominante
Al invertir una gran cantidad de energía en tener la razón, y hacer muy evidente ante los demás cuando esto pasa, empiezas a esperar de los demás una especie de sumisión ante tus opiniones y puntos de vista.
Aquel que no concuerde, corre el riesgo de ser desterrado del reino de tu respeto y consideración.
¿Qué podemos hacer?
Podríamos aceptar no estar en lo correcto sin sentirnos tontos o avergonzados
Aceptar errores, validar el punto de vista de otro, aún cuando no concuerde con el nuestro o admitir que no siempre lo sabemos todo no es una debilidad, sino una puerta para el aprendizaje y un clima propicio para mejores relaciones.
Empieza poco a poco
Como para algunos deconstruir esta compulsión no va a resultar sencillo, hay que empezar por donde se pueda. No renuncies a tu sabiduría, sólo intenta no alegar cuando alguien opine distinto a ti. No tienes que darle la razón (ya sabemos que piensas que nadie más que tú la tiene), sólo dile que entiendes lo que dice o que su punto de vista es algo que no habrías considerado tú. O simplemente escucha. Hazlo con cosas no tan relevantes para tu vida cotidiana, como por ejemplo el clima o la situación política de Uzbekistán.
Usa la amabilidad y empatía para tratar de entender al otro.
Salvo que se trate de datos duros, en general cada uno piensa de una manera por una gran cantidad de razones. Ponerse un poco en el lugar del otro es un arte que hay que desarrollar, especialmente con nuestras relaciones más significativas. A veces sí tendrás la razón y hasta para eso hay que ser humildes y elegantes.
En conclusión:
Al menos en una relación significativa (que podrías hacer extensivo a cualquier relación), deja de preguntarte cómo tener la razón o ganar un argumento y en cambio pregúntate qué tan compasivo y amable eres con la otra persona. No inviertas tanto esfuerzo tratando de controlar demostrar tu sabiduría o expertise en algo y haz un esfuerzo adicional por comprender al otro, ser más empático y apreciar y respetar las diferencias de opinión. A menos que tu necesidad de ser alguien que no se equivoca sea más grande que tu bienestar.