Jacobo Dayán
Tw. @dayan_jacobo
La Iglesia católica es una institución que tiene sus propios tiempos, los cambios y actualizaciones no llegan a la velocidad en que otro tipo de organizaciones sociales, políticas e incluso religiosas realizan. Sobre todo, en un mundo tan inmediato como el nuestro, los fieles católicos exigen mayor prontitud.
Si ahora vemos atrasada a la Iglesia en términos de divorcio, métodos anticonceptivos, inclusión de la mujer, aceptación de personas no heterosexuales y muchas otras, habría que verla hace más de medio siglo.
A mediados del siglo XX, la Iglesia se sabía fuera de época, desactualizada. Es por ello que Juan XXIII, uno de los Papas más importantes y progresistas de la historia, convocó en 1962 a un concilio, es decir, a una reunión que tenía la meta de decidir sobre los dogmas y en general la situación de la Iglesia en esos años.
El Concilio Vaticano II se convirtió en un gran foro de diálogo y conciliación ante un mundo muy distinto al de siglos atrás. Atendieron a la cita cerca de dos mil personas, incluso de otras iglesias cristianas, de todo el mundo y sin duda fue el evento más importante de la Iglesia en muchos siglos.
Además de las conclusiones meramente teológicas, se abordaron otros temas como la carrera armamentista, la paz y la dignidad de todos los seres humanos por igual (recordar que esto quedó plasmado en la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948).
A partir de esta reunión es que se modificó la liturgia y dejó de ser en latín para empezar a utilizar los idiomas locales, se le otorgó mayor relevancia al papel de los laicos, se reconoció la diversidad de culturas y religiones, así como los derechos humanos y por ende el derecho de las personas a la libertad religiosa y de conciencia.
Entre términos de las relaciones con otras formas de la fe, se discutió sobre otras iglesias cristianas (ortodoxos, evangélicos, luteranos, etc.) y otras religiones, incluso de los medios de comunicación.
Ahora que vemos gran intolerancia religiosa en el mundo, algo que parecía superado, es útil regresar al Concilio Vaticano II. En él se afirma que la variedad de iglesias cristiana enriquece y se debe buscar la unidad de todos los cristianos y no su división, en un marco de respeto. Se rechaza todo tipo de discriminación y violencia por asuntos raciales o religiosos.
Una de las partes más importantes para las relaciones de la Iglesia con el resto del mundo fue que a partir del Concilio se dan nuevos parámetros para la convivencia con musulmanes, judíos, budistas y otras religiones no cristianas. Ya no se les rechaza y entre otras conclusiones, elimina la acusación de deicidio al pueblo judío, base central del antisemitismo cristiano.
Juan XXIII murió en 1963, el concilio fue continuado por su sucesor Paulo VI quien dio por terminado este gran trabajo el 8 de diciembre de 1965, hace 50 años.
Jacobo Dayán es experto en Derecho Humanos, historia mundial contemporánea, genocidios y relaciones internacionales.