Por Alejandra Ortíz Medrano
@alita_emo
Nos comienza a doler el arco del pie y apresuradamente culpamos a los tacones que trajimos todo el día, a los tenis que nos prometieron amortiguar el paso y no lo cumplieron, o incluso a nuestros flats por estar demasiado flats.
Cierta culpa tienen todos estos diversos tipos de calzado, pero la mayor parte de la responsabilidad se la lleva la evolución.
Hace más o menos 5 millones de años comenzó en nuestros antepasados un cambio que llevaría a una de las principales características de nuestra especie: el bipedalismo. Pasamos de andar en cuatro patas, como lo hacen los monos, a andar solamente en dos.
El cambio trajo muchas ventajas, entre ellas la liberación de nuestras manos, que entre otras cosas permitió que nos hiciéramos especialistas en utilizarlas ya sea para fabricar herramientas u otras ociosidades. Ciertamente esto fue una gran fortuna para la especie humana, pero pocas veces se cuenta que con esta liberación de nuestras extremidades anteriores, vino la esclavitud de nuestros pies.
La evolución está muy lejos de ser una gran diseñadora. De hecho, se parece más bien a cualquiera de nosotros tratando de arreglar desesperados una fuga del baño con lo primero que encontremos y como mejor se nos de a entender.
Existen grandes adaptaciones en las especies, pero también existen grandes diseños fallidos. Los pies pasaron de ser extremidades versátiles (basta con mirar lo que hacen los monos con ellas), a tener la única función de caminar y absorber el shock de hacerlo a través del arco. Como nosotros con la fuga en el baño, esta compostura evolutiva se hizo con lo que había disponible, en este caso muchísimos más huesos de los necesarios para una estructura cuya mayor virtud es la rigidez.
Gracias a que 26 pequeños huesitos se las arreglan para dar soporte a todo nuestro cuerpo, es muy fácil que se muevan, pierdan la firmeza y nos provoquen toda una serie de malestares en los pies: tendonitis, caída de arco, ruptura de tobillo y un largo etcétera.
Lucy, la Australpithecus que vivió hace 3 millones de años, famosa por ser uno de los fósiles clave para el estudio de la evolución humana, pudo no haber usado stiletos, pero también sufrió de dolor en los pies.
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Alejandra Ortíz Medrano es tapatía. Estudió biología y divulgación de la ciencia en la UNAM. Ha colaborado en diversos trabajos de comunicación de la ciencia en diferentes medios, y ha ganado varios reconocimientos por su labor en este campo. Poco a poco se identifica más con la señora loca de los gatos, y eso no le molesta.