Por Alejandra Ortíz
@alita_emo
Las semillas son la forma que tiene el reino vegetal de dispersarse y germinar lejos de sus progenitores y así colonizar otros lugares y no competir con sus parientes por agua o luz. Algunas semillas se transportan con el viento, otras con el agua, pero la forma más efectiva es a través de animales. Adivinen por dónde.
No es casualidad que los frutos sepan y huelan rico. Los olores y sabores de los frutos son el anzuelo que atrae a los animales a ingerir las semillas, las transporten en su sistema digestivo y luego las saquen en el lugar donde germinarán, con un poco de abono incluido.
Esto nos lleva a preguntarnos por el camino de entrada y salida de las semillas de uno de los frutos mexicanos más deliciosos, el aguacate. ¿Quién comería y por ende desecharía, gratamente, la semilla de esta especie? Definitivamente algo más grande que los seres humanos.
Hasta hace 13 mil años en el Pleistoceno, en América, existían mamíferos tan grandes como un camión y a los que se les llama megafauna. La megafauna evolucionó junto con los aguacates y otros frutos de semillas grandes, como el mamey. Esta coevolución entre la megafauna y los aguacates fue lo que permitió que estos últimos pudieran ser dispersados, de alguna manera, los aguacates dependían evolutivamente de esta megafauna. Al extinguirse los animales que los dispersaban, el destino de los aguacates parecía quedar sellado. Afortunadamente, los humanos descubrimos su sabor.
Gracias a nuestro gusto por el guacamole y otras delicias a base de aguacate, los humanos nos hemos encargado de continuar con la dispersión de esta especie evitando su extinción. El aguacate conserva en su semilla el recuerdo de su historia evolutiva, un rasgo que hoy en día nos habla de fantasmas del Pleistoceno y que lo hace a sí mismo una aparición de otros tiempos.