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El Factor Figueroa: A Dios no le gustan los gordos

Todos quieren cambiarme el cuerpo, pero a mí me gusta. ¿Estoy mal? ¿Me convierto en vegana? ¿Me mato? El nuevo culto a la vida saludable me deprime.

enero 28, 2015

El Factor Figueroa: A Dios no le gustan los gordos

Por Martha Figueroa
TW: @MarthaFigueroax

Recibí una llamada extraña hace unos días. Al teléfono un señor con una propuesta: “te invito a hacer el 54…”. Se los juro (que me caiga muerta ahorita si miento). Primero me puse nerviosa porque me sonó a orgía semi organizada, ya después le dije que “no gracias” porque recordé que el 54 es una especie de secta, en la que todos hacen ejercicio como locos 54 días, comen lo que les venden en “tuperweres” y hablan del tema todo el santo día. Que si las proteínas, que si el agua de chía, que si los alimentos alcalinos.

Tengo amigas y algunas enemigas que son seguidoras de este entrenamiento intensivo y dicen que es precioso porque en un momento dado ¡te cambia el cuerpo! –así- y que los entrenadores te imponen castigos tremendos cuando faltas, te gritan en plan militar y a veces te presionan hasta las lágrimas para que descubras “tu fuerza interior” en un salón rudo, inhóspito. Ay qué envidia, qué envidia.

Yo, que reflexiono mucho, pensé: me gusta mi cuerpo. Porque la verdad desnudo no es tan bonito pero me ha salido muy bueno y animoso. Ahí es donde se equilibran las energías. Las energías, digamos, corpóreas. No quiero decepcionar a nadie pero tengo lo básico. Pompas, cintura, pechos medianos, ya saben, lo esencial. No estoy muy tonificada, pero ahí la llevo.

Mi problema es más psicológico que físico, últimamente me siento muy presionada por algunos allegados que quieren obligarme a abrazar el veganismo. Juran que cuando eres vegano, ganas una recompensa kármica. Y yo debo confesar que soy de esas personas raras a las que todavía les gusta comer cosas o recetas que tienen como base algún animal muerto. Llámenle vaca, pollo, cerdo, pescado o lo que sea que te den en los restaurantes chinos con huesito en medio. Por más que me digan que los animales son súper talentosos, que por favor los deje vivir, no me convencen. Por ejemplo, que los cerdos tienen habilidades especiales para los videojuegos o que los pollos han demostrado en estudios recientes que tienen un gran amor por la música y la televisión.

Además de mi insensibilidad hacia los animales que dan la vida por la causa, qué quieren que les diga, tampoco he podido darle la espalda a los 5 venenos modernos, a los “5 jinetes del Apocalipsis” (la sal, el azúcar, el arroz blanco, las harinas refinadas y la leche), que son más fuertes que yo y mi fuerza de voluntad.
Obviamente, me gustaría ser la doble de Salma Hayek. Primero porque tiene un cuerpazo y luego porque se nota que tiene una vida muy divertida y, sobre todo, elegante.

¿La vieron en el desfile de Saint Laurent en París? Vestido esmeralda bajo la rodilla, corte discreto, melena trenzada y un marido millonario súper amable que le detenía las fotos -en las que aparece con los senos casi al aire- para que ella estampara un autógrafo a los fans. El plumón se deslizaba felíz sobre el escote infinito. Qué bonito.

Por supuesto, en estos momentos, no podría ser la doble de Salma sino la triple. Es que engordé un poco en las vacaciones.

Pero volviendo a las ‘sectas-fit’, una de mis compañeras de oficina (¡Godínez, unidos, jamás serán vencidos!) está que no cabe de contenta porque va a debutar muy pronto en Spartan Race, que es una carrera de obstáculos medio salvaje cuya meta es “lograr mejores seres humanos”.

Claro, aquí la mejoría humana se mide de una manera moderna. Atrás quedó eso de ganarte el cielo con buenas acciones como darle de comer al hambriento, ayudar a cruzar la calle a los ancianos o cultivar una rosa blanca para el amigo sincero que te da su mano franca. Eso es cosa del pasado. Hoy, los espartanos tienen que correr un montón de millas, cargar cosas, arrastrarse por el fango, escalar, cruzar el fuego y recibir algunos golpes. El viacrucis –el clásico- palidece a su lado.

Yo digo que hay que preocuparnos por nuestro bienestar, pero todo el nuevo culto –medio satánico- a la vida saludable me deprime. Me siento acorralada, así que romperé el pase “all you can eat” –válido hasta el 15 de marzo- para el festival de la pasta y la lasaña que me llegó por correo de un restaurante italiano: ‘El jardín de los olivos’. Qué nombre tan sagrado. Es una pena que a Dios ya no le gusten los gordos.

enero 28, 2015