Por Martha Figueroa
@MarthaFigueroax
Qué mala semana hemos tenido a nivel despido de famosos. Todavía estábamos con el caso de Rodner Figueroa cuando Carmen Aristegui tuvo que abandonar su cabina de radio.
Recibí muchas propuestas de apoyo, pero no me pude sumar. Es que mira, a Rodner lo conozco poco y Michelle Obama sí me cae muy bien. Así que no puedo solapar que alguien le diga “simio” ni aquí ni en China, menos en Miami, tú.
¿Sabían -por ejemplo- que era tan aplicada que se brincó el segundo año de primaria? (amo la información inútil). Mientras ustedes y yo aprendíamos las figuras geométricas o a leer de corridito, Michellita ya estaba en otros asuntos. Así que no me la anden ninguneando, please.
Además, hay cosas que no debes decir cuando trabajas en los medios de comunicación. ¿Por qué no? Pues porque no. Eso yo me lo aprendí desde niña, cuando tenía 4 o 5 años porque mis papás hablaban del “Loco” Valdés a la hora de la comida (jajaja, ya sé, por eso no soy normal. “¿Me pasas el pan? ¿Te sirvo sopa? ¿Qué razón me das del “Loco Valdés”?). Concretamente decían que le quitaron un programa de televisión por su tristemente célebre chiste de “Don Bomberito Juárez”. Pues sí.
Por fortuna, las cosas han cambiado y cada día nos revolcamos con más gusto en ese charco llamado ‘libertad de expresión’, pero hay cosas que no tienen que ver con poder decir o no, sino con el sentido común. Y ya lo dijo don Benito -el del chiste- “el respeto al derecho ajeno…” Y si la del “derecho ajeno” viene siendo la esposa del presidente, pues calladitos nos vemos más bonitos.
Luego recibí muchos correos y tuits para que fuera a una manifestación, con pancartas y todo, en apoyo de Carmen Aristegui, para que no la despidieran de la chamba. Francamente no fui porque no me veía ahí sumada a la revuelta. Soy una mujer muy defensora, es más, ¡soy la reina del soporte! Pero luego vas al mitin, gritas cosas, te solidarizas, te trepan a una patrulla, terminas en el bote y la “apoyada en cuestión” ni se entera.
Si un día –toco madera, Dios no lo quiera- vuelvo a quedarme sin empleo, sé que ni Carmen ni nadie saldrá a las calles a salvarme. No sé, me da esa impresión. A lo mejor me equivoco…
Pero me encantó el cariño que le demostraron sus radioescuchas y seguidores fieles. A mí no me gusta que nadie calle a nadie, odio las malas intenciones, injusticias y arbitrariedades. Pero por otro lado, se entiende que las empresas privadas tengan sus intereses. Y ahí sí, todos llevamos nuestro movimiento obrero personalizado sobre la espalda.
Aristegui me cae perfecto por aguerrida, mega valiente, ejemplo a seguir y gurú. Trabajamos algunos años en la misma cabina de radio. En aquellos tiempos -para que le calculen- ella sólo tenía un par de cicatrices de guerra y a mí me emocionaba ver a Diego Luna en las películas de Hollywood. Ella salía y yo entraba. Nos saludábamos en la puerta, lo que duraba el relevo, o sea, un ¡hola!, un comentario breve acerca del clima, la nota del día o las cosas de la vida, un beso y ya. Compartí la misma silla con Carmen durante muchos meses. De repente yo salía muy oronda y aguerrida de la cabina y nadie sabía la causa…¡Ajá! era la mezcla energética de la silla giratoria.
El otro día nos saludamos en la entrada de CNN. Ella estaba en la banqueta debatiendo con un señor muy gordo, y yo en plena promoción de mi segundo libro. La saludé feliz, como si fuéramos hermanas cósmicas y contestó encantada, pero con cara de ¿nos conocemos? ¿De dónde, de dónde? A veces me pasa, que la gente se confunde porque mi cara les suena y no saben exactamente si salgo en la tele, fuimos juntos a la prepa o soy “¡la cajera de Walmart!” (gritó una vez una señora).
El encuentro fue breve y me quedé con ganas de saber más sobre la actualidad de Carmen, no presentí lo que se avecinaba, pero el gordito discutía emocionado temas políticos de interés nacional y no quise interrumpir.
A lo que iba es que, la luz que Carmen y su equipo echaron sobre la Casa Blanca, echada está. Ahí queda. Por cierto, afuera de la whitehouse estuvieron instalados durante semanas una tropa de policías a bordo de un camión de pasajeros camuflado. Ahora, ya no hay nadie de guardia. Bueno, solo el señor del carro de tamales que se estaciona ahí todas las tardes. ¿Será un agente encubierto? Yo ya desconfío de todo y de todos.