Por Martha Figueroa
Tw. @MarthaFigueroax
Si me notan un poco desconcentrada es que –últimamente- no duermo. Entre el ‘Fin del mundo’ y la ‘Luna de sangre’ no he podido pegar el ojo.
Me da pena confesarlo pero cada vez que alguien dice que el mundo se acaba, le creo. Esta vez, hasta pedí una cotización para construir un búnker con todas las comodidades. Era una belleza que resistía todo tipo de explosiones, virus nucleares o sencillos, inundaciones o terremotos.
Por fortuna, la catástrofe que borraría todo rastro de vida no ocurrió -como decían las predicciones de internet- y no tuve que gastar los ahorros.
Pero ¿se han puesto a pensar que pasaría si las profecías se cumplieran? ¿no?
Van a creer que estoy loca, pero yo le encuentro muchas ventajas a la llegada del Apocalipsis.
Estaba pensando, por ejemplo, que si el fin del mundo es en noviembre nos ahorraríamos muchos disgustos como saber: si se aprueban las estúpidas obras de Chapultepec, quién se quedó con los 22 millones de pesos destinados a nuevas ciclovías, si Carlos Slim volvió a bajar en la lista de los más ricos del mundo, si Luis Miguel llenó o no los conciertos en el Auditorio Nacional, si Donald Trump llega a la presidencia de EU y, sobre todo, quién ganó Big Brother (¡no quiero saber Dios mío, no quiero saber!).
Haciendo una encuesta, supe que la mayoría prefiere esperar la obscuridad abrazados de sus seres queridos o viendo un hermoso atardecer en el horizonte. Yo no. A mí me da por hacer tonterías.
En otro Fin del mundo, creo que el de 2012, se me ocurrió que antes de morir tenía que agotar todas mis fantasías amorosas o sexuales, para llegar más ligerita al cielo. Quise incrementar mis habilidades terrenales y terminé atada a un enano.
Bueno, era mediano. Más grande que Margarito y Tyrion de “Game of thrones”, pero menos alto que Armando Manzanero. Al principio me gustó y con él hice cosas que no había hecho antes como…¡ser alta! Me veía enorme y fue la primera vez que me enorgullecí de mi 1.53 de estatura. Fue divertido porque nos rodábamos para allá y para acá y sobraba espacio. Lo que nunca hicimos fue sexo oral porque a mi me daba miedo ese tipo de contacto. No sé sentía que de ahí al canibalismo solo había un paso: un sorbo de más y se me hubieran atorado 2 piernas, medio brazo y un tórax en el cuello.
Por suerte el enano desapareció. Por favor, no crean que es un tipo de fobia o discriminación. Para nada, lo que pasa es que era un gran pervertido fanático de los tríos y a mí los únicos tríos que me gustan son los de papas grandes, hamburguesa y refresco. Además, dicen los expertos que a los ex novios hay que eliminarlos del Facebook, del Twitter y de todas partes: así que le hice una catapulta y salió disparado por la ventana. Ese fue su fin.
Con lo anterior quiero dejar una moraleja, no crean que es un relato morboso y vacío: si el mundo se va a acabar, no inventes cosas, sólo relájate.
Por eso, mientras algún profeta le atina, estoy formando una colección impresionante de pastillas para dormir. Son píldoras a prueba de todo porque vivo en una zona muy movida y versátil.
La otra noche desperté y bajé corriendo la escalera hasta la calle porque juré que había caído un meteorito o que los mayas tenían razón. ¡Sonó como bomba! No encontré nada, sólo un espectáculo de luz y sonido parecido al de Chichenitzá.
Oh, decepción. El estruendo era para presentar con bombo y platillo los nuevos tenis que usa Pharrell Williams, ya saben, ese músico negro que canta ‘Happy’ pero siempre tiene cara de ‘unhappy’.
Yo digo que el mundo está tan raro, que ni vamos a notar el día del juicio.
Martha Figueroa es periodista de espectáculos, conductora del programa Nuestro día que se transmite en Cadena 3, autora del libro Calladita me veo más bonita. Combina la rara suerte de tener sentido del humor y ojo crítico.