Por Martha Figueroa
@MarthaFigueroax
Este fin de semana, por angas o mangas –o ponle, por falta de pago- me quedé incomunicada; sin celular, sin correo electrónico, sin WhatsApp. ¡Dios, qué maravilla!
Bueno, pero no crean que la felicidad me llegó de golpe, tuve que padecer un rato. Primero crucé un sendero de incertidumbre y desesperación, pedí “limosna cibernética”, me arrastré ante otros usuarios para que me compartieran su Wi-Fi y al final, vi el túnel y me iluminé.
Pasé del “¿me prestas tu clave? Es urgente, en serio”, “¿me dejas hacer una llamada? Ándale, te pago ¡como sea!” a un estado casi zen. Oigan, no veía un horizonte tan tranquilo, un prado tan verde, un cielo tan azul, desde el día que soñé que me moría y llegaba al paraíso.
A lo mejor creen que exagero, pero entre los 3 chats de grupo (uno de amigas desquehaceradas, otro de críticos de telenovelas y otro de buenas vibras, cadenas de oración y esas cosas), los mails extraños que recibo y el llamadero de las tarjetas de crédito, estoy en un sin vivir. No me alcanza el día. No me doy abasto.
El otro día leí que la sexta parte de la población mundial son usuarios de Internet, pues les juro que todos ellos me han enviado algo. ¿Se nota a leguas que no tengo nada qué hacer? ¿Es tan obvio que a mí lo que me sobra es tiempo?
En las últimas semanas mi correo electrónico está saturado como sí pensaran “mira, esta mujer no tiene en qué entretenerse… ¡mándale cosas!”. Me mandan fotos de niños que morirán de enfermedades horribles si no coopero, reenvían mil guarradas, oraciones, chistes, cadenas, ideas de cómo defenderme de los asaltos, de las enfermedades, de los violadores y también me envían la agenda de Lucía Méndez (¡en serio!). O el mensaje de los internautas con bajo presupuesto, ése de “si le mandas a 18 amigos este mail seguirás teniendo correo gratis, si no, te cobraremos”.
Ahora mis ciberacosadores están tratando de llegarme por el lado del ego y dicen que mi firma es “súper importante para lograr un mundo mejor” (jajaja se ve que no me conocen). Entonces todos los días me piden que estampe mi rúbrica en asuntos de interés variado. Por ejemplo, que salve a una niña llamada Harumi para que reciba atención médica, que coopere con Nayara que es una psicóloga que está preocupada por el embarazo en las niñas, que vaya a una marcha contra la casa de Peña Nieto, que no permita que tiren el Cine Palacio de Saltillo porque es un edificio Art Decó y quieren construir ahí una zapatería, etc. Ésta última no sabía si firmar o no, es que las zapaterías también tienen lo suyo… ¡Qué difícil, qué difícil!
Antes borraba automáticamente los correos o mensajes de remitente desconocido y abría los de mis amigos, pero ahora me confundo y no sé quién es realmente “el enemigo”.
Sí, mi vida en el terreno de las comunicaciones a veces es muy confusa. Por eso me alegró mi aislamiento de las últimas horas. Hagan de cuenta que fue un retiro espiritual, de esos que promueve al Dalai Lama.
Parece broma, pero reinicié el dispositivo y ya tenía mil mensajes, entre ellos, el de mi mejor amiga (¿me habré equivocado en escogerla?) que decía en el asunto: “Urgente, lava tu ropa interior”. Acaso ¿pensará que me puse los mismos calzones de ayer y antier o qué? Ah no, era un aviso para que nunca use ropa interior nueva sin lavarla porque el trayecto que recorre de la fábrica hasta tus pompas es largo y sinuoso, y a veces las ratas bodegueras dejan excremento sobre la lencería.
También mandó uno súper vulgar y ¡chistoso! (ahí comprendí por qué es mi amiga). Lo abres y te preguntan; “¿Cuánto estás dispuesta a pagar por sexo?” y tú escoges según necesidades. Yo apreté 100 dólares –sobre todo por participar en el experimento- y salió un señor de pene discreto. Claro, si oprimes diez mil dólares sale uno tamaño monstruo. Es un mail, digamos lúdico y para pasar el rato.
Claro, al final la comunicación moderna no es tan grave y aunque no es lo mejor, te acostumbras a vivir con ella. Como Brad Pitt con Angelina. Te resignas, pues.