Por Martha Figueroa
Tw. @MarthaFigueroax
Hasta hace algunas semanas, Enrique Peña Nieto era mi vecino. Luego la vida me lo arrancó de los brazos. Bueno, ponle que los dos tuvimos que salir huyendo de la colonia, él porque Carmen Aristegui destapó el escándalo y yo, por razones diversas.
A lo que voy es que ayer pasé por La Casa Blanca y ¡se está hundiendo!
Sé que todos los lectores están dedicados -de tiempo completo- a la tragedia del Piojo o están de vacaciones sin que nada les importe, pero necesitamos regresar nuestra atención a los asuntos caros. Acuérdense que nos costó 7 millones de dólares y no la podemos abandonar así como así.
La palmera gigante que le dio el nombre de Casa La Palma está más seca que la palapa de Luis Miguel en Acapulco, que las piernas de Demi Moore y que la regadera del Chapo. Una cosa es que la Primera Dama esté de vacaciones en Italia y que el señor Presidente trabaje mucho y otra, que no rieguen las plantitas. Como dicen las mamás, un poco de agua no se le niega a nadie.
La barda blanquísima se torna gris y la fachada que dio la vuelta al mundo en la portada del Hola, muere poco a poco. Para acabar pronto, la casa está dando el bajón.
Yo, que soy una ex vecina ejemplar, hice una encuesta entre los habitantes de la calle Sierra Gorda y están muy preocupados por la plusvalía de la zona. Claro, antes era alta porque vivía la familia presidencial y todo lucía impecable. Ahora empezará a bajar porque, con un poco de imaginación y cuatro murciélagos, la Casa Blanca se podría convertir en la casa de la familia Monster.
Está ubicada en una manzana elegantísima a la que me mudé hace 3 años, luego de que demolieron mi otra casa para construir bonitos departamentos tipo ‘loft’. Cuando hice la mudanza estaba más emocionada por la entrada de la luz, la cocina y la vibra de los baños, que por los vecinos. Pero un buen día, descubrí a los Peña Nieto-Rivera. Nos separaban dos banquetas y varios árboles, pero yo que soy una romántica me sentía muy unida a ellos (jajaja, perdón).
Un sobreviviente de esa calle –que no tuvo que salir corriendo como nosotros- es el señor que vende tamales y cuenta que la cuadra cada día está más triste sin sus habitantes distinguidos. No me pregunten por qué, pero siempre he pensado que el tamalero es un agente encubierto. Entre que son peras y son manzanas, ha sido la persona más cercana a la puerta del hogar del presidente.
No saben qué calles tan llenas de vida teníamos. Además de un Primer Mandatario, contábamos con una marimba que alegraba las mañanas al ritmo de “anoche, anoche soñé contigo…ay cosita linda mamá”, un carro de camotes buenísimo, un brujo –sanador y vidente- de fama internacional, unos departamentos repletos de prostitutas italianas y dos embajadores, de Costa Rica y Grecia. Por cierto, el embajador Dimitrios Anninos fue nuestro vecino solo un día –murió- no dio tiempo ni de estrechar los lazos binacionales. A lo mejor presintió la tragedia griega y prefirió cortar por lo sano.
Yo lo que digo, es que podemos crear un comité de rescate para que la famosa mansión salga adelante. Tú traes la pintura, tú le echas agua a la vegetación sedienta y yo trato de salvar los cocos de la palmera agonizante. A veces los vecinos tiene que hacer el bien, sin mirar a quien.
Viéndolo por el lado amable, la White House podría servir como punto turístico de peregrinaje o por lo menos, de parada de Turibus. Como la casa de Frida y Diego.
Que no se diga que los mexicanos no resolvemos los asuntos prioritarios.
Martha Figueroa es periodista de espectáculos, conductora del programa Nuestro día que se transmite en Cadena 3, autora del libro Calladita me veo más bonita. Combina la rara suerte de tener sentido del humor y ojo crítico.