Por Alejandra Ortíz
Tw: @alita_emo
Durante el embarazo, madre y feto se encuentran conectados por la placenta y cordón umbilical, mediante los cuales intercambian nutrientes y gases como el oxígeno.
Durante este intercambio también es común que se pasen algunas células coladas, tanto de la madre al feto como del feto a la madre, y estas células pueden quedarse viviendo en diferentes tejidos del cuerpo profanado durante décadas.
Las células intrusas al parecer no causan ningún daño, sino al contrario. Se ha visto que las mujeres que cargan con células de su hijo tienen mejor salud en general: menor incidencia de cáncer, viven más y tienen menor probabilidad de desarrollar Alzheimer.
Todavía no se sabe exactamente qué es lo que las células foráneas hacen para dar estos beneficios, pero se sospecha que tiene que ver con que “entrenan” al sistema inmune para reconocer con mayor facilidad células extrañas como patógenos y células cancerígenas.
Además de esto, en ratas se ha visto que a las células de hijos en madres les sucede un cambio de identidad y se comportan como células madre, que tienen la capacidad de convertirse en cualquier tejido. Estas células madre (que tal vez deberíamos considerar llamarles células hijo) pueden migrar a través del cuerpo y ayudar a reparar tejidos, por ejemplo de corazones dañados.
Sí, el corazón es uno de los tejidos donde se alojan las células de los hijos en las madres y viceversa. Así que, literalmente, llevamos una parte de nuestras mamás en el corazón, y ellas de nosotros.