Por Eduardo Iniesta
Tw. @eliniestae
Neta, por más que intento hacer memoria no recuerdo que alguien se haya tomado la molestia de explicarme por qué a la hora de brindar forzosamente tenía que decir entusiastamente ¡Salud!
Bueno, con decirles que de niño pensaba que los “grandes” decían ¡salud! con la esperanza de no emborracharse tanto o de que no les doliera la cabeza y se pusieran enojones al día siguiente. Es más, les apuesto lo que quieran a que ustedes tampoco fueron instruidos en la teoría e historia del brindis, y que como el grueso de la población, se lanzaron de lleno a la práctica.
Así que vámonos tendidos con la explicación. Allá por el siglo VIII A.C. (hay quienes dicen que antes), a los griegos les daba mucho por eliminar a sus enemigos envenenando el vino, ya saben, la practicidad ante todo. Pero cuando los altos rangos del imperio necesitaban formar alianzas, organizaban grandes banquetes en señal de buena voluntad y era justo en el momento de tomar el vino cuando los anfitriones demostraban que eran dignos de confianza, ya que antes de beberlo alzaban sus copas chocándolas de manera brusca con las de los invitados para que sus contenidos salpicaran y se mezclaran, comprobando de esta forma que el vino estaba libre de veneno. Y para que no quedara ni la más mínima duda, el anfitrión ofrendaba su palabra diciendo: “Salud, Prosperidad y larga vida”. Tres cosas de las cuales difícilmente podrían seguir disfrutando si se empinaban una copa de vino envenenado. Básicamente.
Esa es la razón por la que en la actualidad seguimos diciendo «salud» al momento de brindar, pero si quieren verse muy internacionales pueden decir “cheers” como los gringos, “salute” como los italianos o “santé” como los franceses. Nada más les encargo que nunca digan “salusita”; eso sí suena a borrachera nivel cirrosis hepática.
¿Y qué tal cuando escuchamos que alguien estornuda? En automático decimos “salud” o por lo menos lo pensamos, porque desde niños nos dijeron que hacerlo es de buena educación.
De hecho, tengo una amiga que finge elegantes y controlados estornudos frente a los tipos que le gustan para que digan «salud» y de esta forma comenzar una bonita conversación; claro que los pobres incautos que caen en la trampa comienzan a sospechar que hay algo raro cuando escuchan sus libres y espontáneos estornudos, lo reales, no los fingidos. Los que son más estridentes y caóticos que el rugido de un animal herido.
Bueno, como les decía, la tradición de exclamar “salud” cuando alguien estornuda no es tan vieja como la del brindis, esta es de por ahí del 590 D. C. De cuando los católicos romanos andaban bien ciscados porque la peste ya andaba asechando Europa. Hagan de cuenta como nosotros en el 2009 con la influenza A/H1N1. Igualito.
Así que para combatir la terrible enfermedad al Papa Gregorio Magno, se le ocurrió la idea de lanzar plegarias; y todo aquel que estornudara tenía que ser denunciado diciendo «salud» o ¡Jesús!, expresiones que funcionaban para bendecir el lugar y evitar el desarrollo de la peste segregando a los pobres gripientos.
Y a mí me van a disculpar, pero decir salud luego de un estornudo es un acto de discriminación. A ver ¿Por qué no lo decimos cuando alguien tose o eructa? ¿Qué la tuberculosis y el cólera no fueron también terribles epidemias? Piénsenlo.
Termina su columna y se echa una a su salud.
Eduardo Iniesta es conductor de radio y televisión experto en temas de diversidad sexual. También es un aficionado de encontrarle el lado estúpidamente interesante a la vida. Síguelo en @eliniestae