Por Alejandra Ortíz
Tw. @alita_emo
Los seres humanos somos mucho más parecidos a las ratas de lo que usualmente creemos, y gracias a eso es que estos roedores son útiles para la investigación sobre asuntos de nuestra especie.
Cada año decenas de millones de ratas de laboratorio sufren para nuestro beneficio. Si las ratas fueran realmente tan distintas a los humanos, entonces probar medicinas, vacunas, terapias, maquillajes y un largo etcétera haría de estas actividades una simple tortura sin un aparente beneficio, con el cual justificamos toda esta investigación.
Las ratas son sorprendentemente similares a nosotros en muchos aspectos: Tenemos hijos de la misma forma, somos de sangre caliente, respiramos oxígeno del aire, tenemos miedos e instintos semejantes, vivimos en los mismos lugares y comemos más o menos igual, entre muchas otras cosas. ¿Por qué?
Evolutivamente los ancestros de los humanos se separaron hace 80 millones de años de los ancestros de las ratas, tiempo suficiente para que se acumulen las diferencias que vemos entre ambas especies. Parece mucho tiempo, pero teniendo en cuenta que la vida surgió hace 3800 millones de años, quiere decir que fuimos uno mismo con las ratas durante 3720 millones de años. Compartimos con las ratas todo ese tiempo de historia evolutiva.
Por lo tanto, no es de sorprender que nos parezcamos tanto. De hecho, con cualquier especie del planeta, desde una bacteria hasta un chimpancé, podemos encontrar similitudes pues con todas compartimos algo de nuestra evolución. Sí somos ratas de dos patas, como también somos monos desnudos y bacterias cerebradas. En todas las especies hay un recuerdo de las demás. Así que no debería ser una ofensa llamar a alguien “rata de dos patas”, sino más bien un recordatorio familiar.