Por Eduardo Calixto
Cuando termina una relación amorosa andas por el mundo en estado zombie, especialmente si fue de esos truenes que no viste venir. No le encuentras alegría a la vida, sientes que te vas a morir, pasas horas preguntándote qué estará haciendo tu ex ( y con quién), qué diablos salió mal, espiando sus post de Facebook y no, no lo puedes evitar. Porque tu cerebro ya se había hecho adicto a esa relación.
Cuando cortan a alguien que aún está enamorado es como si le quitaran de golpe la cocaína a un drogadicto. Se genera un síndrome de abstinencia acompañado por ansia, angustia y emociones encontradas por no tener a la persona que dispara en nuestro cerebro la liberación de dopamina, que es responsable del placer. Para el cerebro, la experiencia de cada separación amorosa es un aprendizaje y un proceso te enseña a no cometer los mimos errores, pero se toma su tiempo.
El dolor de la separación amorosa se da por tres factores importantes: el social, por qué estas respondiendo a los estereotipos que se esperaban de ti; el psicológico, porque aprendimos de lo que vimos que hacían otros, en una situación parecida y el biológico, que se da en el cerebro con su anatomía y neurotransmisores.
Aquí nos vamos a enfocar en el tercer factor, o sea en todo eso que explota en tu cerebro cuando te recetan los clásicos: «tenemos que hablar» y «no eres tú, soy yo».
Ya vimos que el cerebro era adicto a la dopamina que liberaba al sentir el amor (mucho o poco) del otro. Cuando se acaba, trata de encontrar otros estímulos que también liberan dopamina.
Por eso a algunos les da por ahogar sus penas en un mega tambo de helado de chocolate, en cada botella de alcohol que se le cruza en el camino, en atascarse de comida, en hacer compras compulsivas, en engancharse en juegos de azar o en meterse en relaciones con mucha gente, lo que sólo prolonga el sufrimiento de la separación.
Ya en los efectos del truene, los hombres se recuperan más pronto que las mujeres. El chiste es regresar a los niveles de dopamina que se tenian antes de la ruptura. Un hombre tarda en recuperarlos 28 días por cada año que duro la relación. A la mujer le toma 90 días por cada año.
Así que si una pareja que llevaba tres años truena, a los dos meses él ya andaba buscando una nueva relación y ella tardará nueve meses en tristear.
La revolución en tu cabeza
Cuando truenas, entran en acción diferentes neurotransmisores que generan cambios en tu corteza cerebral:
La serotonina disminuye por varias semanas. Por eso sientes una tristeza profunda y te clavas recordando el pasado. Aumentan los niveles de noradrenalina y glutamato que activan vias neuronales para la reacción y la alerta, lo que reduce tu atención en detalles cotidianos. Tu cuerpo se concentra en ver cómo se defiende y se olvida e las cosas que le roban energía. Por eso pierdes las llaves del coche o el pasaporte el día que te vas de viaje.
Después de la separación es posible que aumente tu sensibilidad a emociones negativas que generan dolor. Por eso cuando te abandona una pareja puedes sentir dolor en el pecho, abdomen y músculos, de forma gradual y constante.
Eso tiene un lado torcido, algunas personas pueden buscar el dolor y tratar de mantenerlo porque, paradojicamente, ese es un mecanismo de defensa de tu cerebro. Por eso es que cuando te cortan te da por oir canciones rancheras o las de One de U2, porque tu cerebro quiere estimularse para generar endorfinas que, a la larga reducen el dolor y terminan por darle placer.
También a la hora de terminar una relación intensa aparece la tristeza, la respiración se altera (se hace corta y superficial), el pensamiento se vuelve monotemático, obsesivo, constante y reverberante y te invade una sensación de debilidad absoluta. Por eso te da por encerrarte en tu cama.
Todo el paquete es un indicador de que el cerebro está en fase de adaptación a la pena. Y estas son la partes de tu cerebro que empiezan a actuar. La corteza prefrontal niega la pérdida y después hace que empieces a pensar en una negociación para recuperar la relación. Pero claro, no siempre se puede.
El sistema nervioso autónomo responde si que lo puedas evitar y por eso te salen lágrimas a chorro, empiezas a mirar hacia abajo, tienes la idea fija de querer evitar el dolor y de buscar una solución rápida al problema.
Estudios de resonancia magnética permiten identificar con claridad las estructuras cerebrales que se involucran en el sufrimiento de la separación. El tálamo y la amigdala se activan inmediatamente ante un: «¡Ya no te quiero, déjame en paz!». El tálamo acelera la producción de hormonas que activan a las glándulas del cuerpo, como la supraterrenal, que produce cortisol para preparar al cuerpo para el estrés y fomenta la producción de glucosa en el cuerpo. Eventualmente pude influir para mal, porque reduce la actividad del sistema inmunológico.
Es como que si todos los guardianes de un edifico se fueran a cuidar la puerta de enfrente y dejaran libre la trasera y las ventanas. Como tus defensas andan bajas, porque se están cuidando de la pérdida, después de la ruptura te puede dar una gripa loca o una diarrea explosiva.
Recuerda que todo este drama es pasajero, que la vida sigue y que no hace falta tirarse por la ventana.