Por Jacobo Dayán
@dayan_jacobo
El Papa, durante una misa en memoria de las víctimas armenias, afirmó que los hechos ocurridos a partir de 1915 en el Imperio Otomano constituyen el primer genocidio del siglo XX.
Estos crímenes fueron parte de una política planeada y sistemática de redefinición étnica por motivaciones ultranacionalistas. Se llevó a cabo a partir de deportaciones y asesinatos de población armenia que llevó a la muerte a cerca de 1.5 millones de personas. Este genocidio ocurrió durante la Primera Guerra Mundial y se encuentra claramente documentado por académicos, diplomáticos y periodistas.
En días recientes y debido a que la conmemoración del centenario se acerca, 24 de abril, varios países y organismos se han sumado al reconocimiento y la condena al no reconocimiento por parte de Turquía a que los hechos son un genocidio. Entre ellos el Parlamento Europeo, Alemania y Austria, por mencionar algunos. Por cierto, México ha decidido mantenerse al margen mostrando una vez más nuestra falta de compromiso con el pasado, la memoria y la justicia.
En 1944, el polaco Rafael Lemkin creo el término “genocidio” ya que los crímenes cometidos contra los armenios y lo que ocurría en el Holocausto se trataba de barbaries que requerían un término específico que no existía. Lemkin se preguntaba por qué el asesinato de una persona es perseguido pero el de más de un millón queda en el olvido. Había que crear un nuevo marco legal y crear un nuevo paradigma civilizatorio.
El siglo XX, hasta la Segunda Guerra Mundial, se sostenía en la idea de que el conocimiento, la modernidad y el progreso eran el camino para asegurar el bienestar de todos los seres humanos, los brutales crímenes en África, el genocidio armenio, los nacionalismos extremos, el totalitarismo y el fascismo llevaron a la humanidad a tocar fondo en Auschwitz. Se requería un nuevo pacto civilizatorio, un nuevo horizonte y un cambio de paradigma.
Nuestra civilización intenta sostenerse y adquirir sentido desde dos documentos firmados en 1948 por la comunidad internacional. Más que realidades, se trata de conceptos y caminos a seguir.
El 9 y 10 de diciembre de 1948 se firmaron la Convención para la prevención y sanción del delito de Genocidio y la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Ambos documentos plantean como ejes el reconocimiento de la diversidad; la obligación de prevenir crímenes como los ocurridos en los primeros años del siglo pasado; la búsqueda de la justicia y la paz; y sobre todo el reconocimiento de que todos los seres humanos nacemos libres e iguales en dignidad y derechos.
Sobre los cadáveres de la historia y con este nuevo acuerdo internacional pretendemos continuar nuestra convivencia. No se ha logrado y hoy en día vemos brotes por todo el planeta, incluyendo nuestro país, que ponen en duda la vigencia de estos principios.
La memoria de las víctimas, la verdad, la justicia y la reparación de las heridas del pasado son los elementos que podrán generar reconciliación. Turquía debe exorcizar sus demonios del pasado (México debe hacerlo con los del pasado y el presente).
Si Hitler afirmó días antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial “Después de todo, ¿quién se acuerda hoy del aniquilamiento de los armenios?”, el mundo del siglo XXI debe responder que no ha olvidado a las víctimas del pasado y mandar una señal clara de que estos crímenes no quedarán bajo un manto de silencio.
Terminó con un par de recomendaciones sobre este hecho histórico: el libro de Franz Werfel Los cuarenta días del Musa Dagh y la película Ararat de Atom Egoyan.